viernes, 26 de marzo de 2004

Crónicas holandesas

Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.
Bertolt Brecht


There is a fine line between travelling
and becoming a monster.

Cucamonga Dance


Salute Garibaldi!

Pues acá estoy ya, en las naranjadas tierras holandesas, aunque bastante enverdecidas tanto por la Heineken como por las hierbas humeantes.

Los últimos días en París me la pasé aguantando al francés loco, a Pedro Mármol (alias Heidi) y al egipcio que no se parece a nadie, preparando este trabajo de Holanda; pero alternándolo, por suerte, con las consabidas milongas y eventuales salidas con Marisco y Cadorna.

Salí para Amsterdam el lunes al mediodía. En el aeropuerto me encontré con el egipcio (que pasaba caminando de perfil) porque viajábamos juntos, ya que el loco viajaba más tarde y Heidi (alias Pepé le Pew) directamente no viajaba. Ya cuando vi en el pasaje que el avión era un Fokker 70, me imaginé que iba a tener problemas con el equipaje, y es que después de dos meses de estar yirando por distintas latitudes y longitudes, más los materiales que tuve que traer, llevo más peso encima que el titán Atlas. En efecto, el pasaje permitía solamente 20 Kg de equipaje, y yo debía tener unos 50 Kg, distribuidos en cuatro bultos, sin contar el quinto (o sea, en total 50,5 Kg). Por suerte, como lo más pesado lo llevaba encima (me refiero al equipaje de mano), sólo tuve que pagar 10 Kg de sobrepeso.

Cuando llegamos a Amsterdam con el egipcio (que de a poco se está empezando a parecer al actor Roly Serrano) no nos quedamos ahí sino que salimos en tren para La Haya, alias La Haye, alias The Hague, alias Den Haag (por cierto, en los días previos, escuche y leí todos estos nombres sin saber dónde iba a tener que ir en realidad, para venir a enterarme, poco antes de enloquecer, que todas estas ciudades eran una y la misma). Al llegar a La Haya intentamos tomar un taxi, pero en plena Estación Central no encontramos ninguno (todo para confirmar mi teoría de que el grado de desarrollo de un país se mide de manera inversamente proporcional a la cantidad de taxis en circulación), así que nos tuvimos que ir a pié, yo arrastrando los 50 Kg, hasta el hotel, que no quedaba muy lejos pero tampoco lo que se dice al lado. La simpática secretaria de Alcatel nos había hecho reservas en este hotel por 122 euros la noche, por lo que convinimos en compartir habitación, total era sólo por una noche, de manera que nos salió solamente unos 70 euros por persona (una pichincha). Después de instalarnos, yo salí a dar una vuelta, el egipcio sacó a pasear al buey Apis, y más tarde quedamos para cenar, después de lo cual ya nos fuimos a dormir. Antes de acostarse, el egipcio se sometió a un curioso tratamiento consistente en impregnar largas tiras de lienzo en una solución de resina y enroscárselas alrededor del cuerpo. Yo me comencé a inquietar un poco y le pregunté si también pensaba extraerse el cerebro y las vísceras, pero me tranquilizó diciendo: "No, yo uso el método del doctor Ara", dicho lo cual, abrió un pequeño ataché que llevaba lleno de frasquitos de colores y se inyectó unas cuantas substancias en distintas partes del cuerpo. Lo último fue cubrirse el rostro con una máscara dorada, quedando así listo para un sueño eterno de aproximadamente ocho horas.

Al otro día por la mañana fuimos a una reunión con el cliente y por la tarde partimos en tren rumbo a Arnhem, donde más tarde nos encontramos con el francés loco para los trabajos de esa noche. Es curioso notar como un francoparlante condesciende a utilizar otro idioma ante un interlocutor que no lo sea, pero cuando se juntan dos o más francoparlantes (aunque lo sean por adopción) el idioma pasa a ser inmediatamente el francés, y el que no entienda, que se joda. Esta circunstancia se ha venido dando invariablemente en cenas, viajes e incluso en el trabajo (donde se supone que lo mejor es que todos entendamos lo que se está haciendo) y uno puede preguntar dos, tres veces, pero después ya pasa. Sólo me consuela pensar que pronto no los voy a ver más.

Después de dos días en este trance, partimos temprano en tren rumbo a Amsterdam. Por suerte, tuve la previsión de preparar el equipo, así que fui amenizando el viaje con unos ricos mates, oyendo de fondo una conversación en francés, mientras el tren discurría paralelo a un río que por momentos parecía el río Luján.

Al llegar a Amsterdam me despedí del loco y de Roly Serrano, que siguieron cada uno su rumbo, les di saludos para Pepé le Pew (alias "Caballeros"), me alojé en un hotel y me dediqué a conocer un poco la ciudad, que está mucho mejor que las dos anteriores, que parecían hechas con Rasti. La verdad que tanto La Haya como Arnhem son ciudades muy frías e impersonales, no se cómo hacen sus habitantes para vivir ahí, pobre gente. Por suerte Amsterdam es distinta, parece una ciudad mucho más viva. Llegué el jueves de la semana pasada al mediodía, y como recién tenía que ir a trabajar martes y miércoles por la noche, tenía unos días libres que ocupé visitando museos de día y milongas de noche. El primer día, aprovechando mi estado de ánimo cercano a la euforia, fui a visitar la casa de Ana Frank, que está bastante pelada. Yo pensé que estaría más ambientada con muebles y objetos originales, pero no, hay más que nada documentos, audiovisuales, citas del dario y cosas por el estilo.

El viernes fui primero al museo Rijks, que tiene obras clásicas de Rembrandt, Vermmer, etc.; después al museo Van Gogh, que como es previsible tiene obras de Van Gogh; y por último a la Heineken Experience, que fue por lejos, el mejor de los tres lugares; encima la entrada incluía tres cervezas y un vaso de regalo, mientras que en los otros museos me largaron seco. Por la noche me fui a la práctica que organiza la Academia de Tango, que no era gran cosa, pero algo es algo.

El sábado fui a la casa de Rembrandt, que tiene cuadros de cualquiera menos de Rembrandt, pero que está ambientada como lo estaba en el siglo XVII, gracias a un inventario que le hicieron una vez a Rembrandt y alguien encontró. Depués dormí la siesta y por la noche me fui otra vez a la Academia de Tango, donde se hacía un baile un poco mejor que el del día anterior, aunque se ve que tampoco quisieron exagerar mucho.

El domingo fui al museo marítimo, que está lleno de barquitos de madera y un par de brújulas, cuadrantes y astrolabios. Después intenté ir al museo de arte moderno Stedelijk, pero no lo encontré, así que finalmente, por la tarde fui a otra milonga que resultó ser apenas un poco peor que las anteriores.

El lunes ya me encontré sin nada que hacer en absoluto, fui a buscar la ropa que había dejado para lavar, a comer y a chequear los mails. Por la noche sí, tuve la suerte de encontrar una milonga en donde, aunque había poca gente, me pude dar el gusto de bailar bien y bastante, así que, al menos en ese aspecto, quedé conforme.

El martes era el gran día programado para el trabajo, así que de día descansé y a la tarde me tomé el tren con tiempo para llegar cómodo a la central, que quedaba un poco lejos. Ahí esperé un rato hasta que apareció el francés loco, más loco que nunca porque encima estaba como entusiasta, no sé por qué. Esperamos un rato, chupando frío, pero no llegaba nadie del cliente. Al final se nos ocurre llamar por teléfono al que se suponía que tenía que venir y nos comunica, muy fresco, que no venía porque el trabajo para esa noche se había suspendido. Puteamos un poco y nos volvimos. Después de mucho pensar en qué ocupar esa noche, sin nada que hacer y sin sueño, tuve una idea genial: Ir a la milonga. Y la pegué, porque fui a una que fue la mejor de todas, así que me la pasé pipa.

Al día siguiente me la pasé todo el día comunicándome por teléfono y por mail con todo el mundo para ver si finalmente se hacía el trabajo esa noche o qué. Después de varias horas de incertidumbre y de numerosas llamados, llegó la noticia de las noticias: El trabajo se suspendía por tiempo indefinido. Lo primero que temí en ese momento fue que esto significara que también mi estadía se prolongaba por tiempo indefinido, pero inmediatamente llegó la segunda noticia de las noticias: Me podía volver ya mismo. Esto me tranquilizó bastante y hasta tuve la acertada idea de adelantar el pasaje a Paris del viernes para el jueves, ya que Amsterdam será una ciudad muy linda pero tiene el gran defecto de no tener milongas los días jueves, y Paris sí, así que ni hablar.

En fin, así son las cosas. En conclusión, me pasé una semana en Amsterdam con el sólo fin de ir a bailar todas las noches y recorrer algún que otro museo.

Bueno, nos vemos en la próxima crónica, si es que la hay, porque mi vuelta ya está cerca.

Saludos para todos y hasta pronto,

Diego.

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