martes, 6 de noviembre de 2001

Crónicas griegas (Inconclusas)


(Intenté poner de título Κρωνικασ Γριεγασ pero no me lo permitía.)

Como la llevan, troncos!!!

La cuestión es esa. El fin de semana largo nos fuimos a Grecia, contra todas las recomendaciones de los que nos advertían que en toda Grecia no había más que grandes cantidades de cascotes amontonados sin ton ni son; pero no hicimos caso e igual nos fuimos.

(Antes de continuar debo aclarar que el fin de semana anterior fuimos a Extremadura, pero por negligencia o pereza, la crónicas extremeñas nunca vieron la luz. Baste decir que pasamos por Trujillo, Cáceres, Mérida y Guadalupe y que estuvo bueno.)
Ahora, al lío. Aprovechando un puente de cuatro días decidimos viajar a Atenas, cuna de la civilización occidental, lugar de mitos, leyendas y seres mitológicos que rondan por doquier. Llegamos el jueves por la noche y nos fuimos a comer a unos chiringuitos del barrio de Plaka, que es la zona más tradicional y pintoresca de Atenas (y la única que vale la pena ver). Yo me pedí una entrada que se llamaba Hot Paprika y que resultaron ser unos pimientos o ajíes que, nomás probar el primer pedazo, me quedó la boca inutilizada para percibir sabores hasta ahora, momento en que se me está empezando a pelar el paladar; igual terminé como pude ese primer y único pimiento, porque si no, es desprecio. Lucho se quiso hacer el canchero y se comió como cuatro o cinco, y confesó haber quedado sordo por unas horas y sentirse muy mal, al punto de mirarse a cada rato los brazos y otras partes del cuerpo temiendo una reacción generalizada del organismo. Después nos fuimos a dormir porque al otro día teníamos una excursión a la mañana temprano. Esta excursión era un recorrido por los principales monumentos de Atenas. Vimos una pista olímpica, que está toda hecha de nuevo, el templo del Zéus Olímpico, del que sólo quedan unas cuantas columnas en pie, y por supuesto, la Acrópolis, que es prácticamente, lo único que valió la pena de todo el viaje. Si bien está bastante hecha mierda y llena de andamios y grúas por todos lados, igual es bastante conmovedor ver esas formas ruinosas tantas veces vistas en fotos y videos. Visitamos también un museíto que hay ahí arriba con algunas estatuas originales y restos sacados de las ruinas (lo poco que queda en realidad, porque la mayoría de las cosas originales está en el museo británico, ya que en una vuelta un inglés cargo a tope cien barcos llenos de estatuas con rumbo a Inglaterra, de los cuales se undieron ochenta por el camino). A la tarde fuimos a otra excursión a Cabo Sunion, donde hay un templito (en ruinas, por supuesto) que tiene en una de sus columnas la firma de Lord Byron. Esa noche salimos a cenar también por el centro y fuimos a un restaurante que vimos en un folleto porque decía que tenía vista a la Acrópolis. El lugar era chiquito pero tenía varias mesas en la calle, que era el único lugar del restaurante desde donde se podía ver la Acrópolis. Encima, como estaba lloviendo, habían puesto unas sombrillas enormes sobre las mesas que reducían notablemente la visibilidad, por lo que cada vez que queríamos ver la Acrópolis durante la cena teníamos que estirar el gañote e inclinarnos un poco hacia atrás para poder verla. Con estirarse unas seis o siete veces nos alcanzó para dejarnos conformes.

El sábado fuimos a otra excursión de día completo por la Argólide. Nos llevaron en un micro y nos pasearon por el canal de Corintio, Argos, Micenas, etc. En Micenas visitamos la falsa tumba de Agamenón, ya que todos concuerdan en que no era de agamenón pero igual la sigune llamando así. También visitamos la Acrópolis de Micenas, que está mucho más hecha mierda que la de Atenas, no quedan más que unas cuantas piedras amontonadas dando forma a lo que eran los distintos recintos. Encima llovía que te cagas y hacía un frío de mil pares de cojones, intentamos sacrificar un toro a Poseidón pero nos dijeron que ahora las autoridades no lo permiten, así que nos bancamos el agua e igual subimos hasta arriba de todo y nos sacamos unas fotos abajo de la lluvia. Cuando volvimos al micro estábamos como si nos hubiéramos metido en una pileta y todos esperándonos desde hacía rato con cara de culo. Después nos llevaron a comer unas porquerías típicas de esas que comen ellos y ya nos trajeron de vuelta.

A la noche teníamos otra excursión por el Pireo, que es el puerto de Atenas, en la cual nos llevaron primero a tomar un chupito a una taberna con algunas boludeces para picar y después a una cena show con esos tipos que bailan agarrados del hombro y todo eso. Al final la verdad que ya se hacía un poco denso, la música griega es demasiado boluda, y más después de las dos horas. Al terminar de tragar el último bocado nos subieron al micro echando leches y todo el mundo a casa.

El domingo lo teníamos libre, pero como seguía lloviendo no pudimos hacer mucho. Aprovechamos a ir al museo de Atenas, donde hay bastantes estatuas y cosas que se olvidaron los ingleses. Después quisimos ir a caminar un poco más por el centro, pero como nos estábamos empapando otra vez, no pudimos hacer mucho. A las tres nos volvimos al hotel porque teníamos que estar en el aeropuerto a las cuatro.

La epopeya del regreso merece un capítulo aparte, ya que parece que algún ente de cultura o turismo intentó hacernos revivir al pie de la letra el regreso de Ulises a su Ítaca natal. El vuelo salía a las seis y ya empezó a embarcar con retraso debido a las condiciones climáticas. Cuando por fin estábamos todos acomodados en nuestros asientos y con el periódico en la mano, nos comunicaron que debido a un desperfecto en una de las puertas debían bloquearla y a causa de eso, por razones de seguridad, se tenía que reducir la cantidad de pasajeros y que sobraban unos veinte tipos. De entrada recomendaron bajarse a los que tenían que hacer conexiones con otro vuelo y que ya lo iban a perder por el retraso; con esto limpiaron a unos diez o quince. Después nadie más se quería bajar y ante la insistencia permanente de la tripulación iban bajando de a uno o de a dos cada quince minutos. Al final, después de más de una hora de estar esperando, anunciaron que para que saliera el vuelo era necesario que se bajaran dos personas más. Como miramos al rededor y vimos que nadie levantaba el culo, creímos que era el momento de dar un paso al frente. Nos prometieron hotel, transporte, comidas y devolvernos las maletas. Al bajar nos reunimos con todos los otros que habían bajado antes y que estaban tramitando los pasajes para el día siguiente. El trámite se demoró varias horas y para rematarla nos comunicaron que, a causa de la lluvia, les había sido imposible bajar todas las maletas, por lo que solo habían bajado dos y el resto ya estaba volando rumbo a Madrid. Nos fuimos todos a tomar un taxi y encontramos una cola de unas dos cuadras. Terminamos subiéndonos al taxi a las doce de la noche, después de estar desde las cuatro de la tarde en el aeropuerto. Además, el hotel no quedaba en Atenas, sino en un pueblito a unos 50 km. olvidado por los dioses.
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