martes, 6 de noviembre de 2001

Crónicas griegas (Inconclusas)


(Intenté poner de título Κρωνικασ Γριεγασ pero no me lo permitía.)

Como la llevan, troncos!!!

La cuestión es esa. El fin de semana largo nos fuimos a Grecia, contra todas las recomendaciones de los que nos advertían que en toda Grecia no había más que grandes cantidades de cascotes amontonados sin ton ni son; pero no hicimos caso e igual nos fuimos.

(Antes de continuar debo aclarar que el fin de semana anterior fuimos a Extremadura, pero por negligencia o pereza, la crónicas extremeñas nunca vieron la luz. Baste decir que pasamos por Trujillo, Cáceres, Mérida y Guadalupe y que estuvo bueno.)
Ahora, al lío. Aprovechando un puente de cuatro días decidimos viajar a Atenas, cuna de la civilización occidental, lugar de mitos, leyendas y seres mitológicos que rondan por doquier. Llegamos el jueves por la noche y nos fuimos a comer a unos chiringuitos del barrio de Plaka, que es la zona más tradicional y pintoresca de Atenas (y la única que vale la pena ver). Yo me pedí una entrada que se llamaba Hot Paprika y que resultaron ser unos pimientos o ajíes que, nomás probar el primer pedazo, me quedó la boca inutilizada para percibir sabores hasta ahora, momento en que se me está empezando a pelar el paladar; igual terminé como pude ese primer y único pimiento, porque si no, es desprecio. Lucho se quiso hacer el canchero y se comió como cuatro o cinco, y confesó haber quedado sordo por unas horas y sentirse muy mal, al punto de mirarse a cada rato los brazos y otras partes del cuerpo temiendo una reacción generalizada del organismo. Después nos fuimos a dormir porque al otro día teníamos una excursión a la mañana temprano. Esta excursión era un recorrido por los principales monumentos de Atenas. Vimos una pista olímpica, que está toda hecha de nuevo, el templo del Zéus Olímpico, del que sólo quedan unas cuantas columnas en pie, y por supuesto, la Acrópolis, que es prácticamente, lo único que valió la pena de todo el viaje. Si bien está bastante hecha mierda y llena de andamios y grúas por todos lados, igual es bastante conmovedor ver esas formas ruinosas tantas veces vistas en fotos y videos. Visitamos también un museíto que hay ahí arriba con algunas estatuas originales y restos sacados de las ruinas (lo poco que queda en realidad, porque la mayoría de las cosas originales está en el museo británico, ya que en una vuelta un inglés cargo a tope cien barcos llenos de estatuas con rumbo a Inglaterra, de los cuales se undieron ochenta por el camino). A la tarde fuimos a otra excursión a Cabo Sunion, donde hay un templito (en ruinas, por supuesto) que tiene en una de sus columnas la firma de Lord Byron. Esa noche salimos a cenar también por el centro y fuimos a un restaurante que vimos en un folleto porque decía que tenía vista a la Acrópolis. El lugar era chiquito pero tenía varias mesas en la calle, que era el único lugar del restaurante desde donde se podía ver la Acrópolis. Encima, como estaba lloviendo, habían puesto unas sombrillas enormes sobre las mesas que reducían notablemente la visibilidad, por lo que cada vez que queríamos ver la Acrópolis durante la cena teníamos que estirar el gañote e inclinarnos un poco hacia atrás para poder verla. Con estirarse unas seis o siete veces nos alcanzó para dejarnos conformes.

El sábado fuimos a otra excursión de día completo por la Argólide. Nos llevaron en un micro y nos pasearon por el canal de Corintio, Argos, Micenas, etc. En Micenas visitamos la falsa tumba de Agamenón, ya que todos concuerdan en que no era de agamenón pero igual la sigune llamando así. También visitamos la Acrópolis de Micenas, que está mucho más hecha mierda que la de Atenas, no quedan más que unas cuantas piedras amontonadas dando forma a lo que eran los distintos recintos. Encima llovía que te cagas y hacía un frío de mil pares de cojones, intentamos sacrificar un toro a Poseidón pero nos dijeron que ahora las autoridades no lo permiten, así que nos bancamos el agua e igual subimos hasta arriba de todo y nos sacamos unas fotos abajo de la lluvia. Cuando volvimos al micro estábamos como si nos hubiéramos metido en una pileta y todos esperándonos desde hacía rato con cara de culo. Después nos llevaron a comer unas porquerías típicas de esas que comen ellos y ya nos trajeron de vuelta.

A la noche teníamos otra excursión por el Pireo, que es el puerto de Atenas, en la cual nos llevaron primero a tomar un chupito a una taberna con algunas boludeces para picar y después a una cena show con esos tipos que bailan agarrados del hombro y todo eso. Al final la verdad que ya se hacía un poco denso, la música griega es demasiado boluda, y más después de las dos horas. Al terminar de tragar el último bocado nos subieron al micro echando leches y todo el mundo a casa.

El domingo lo teníamos libre, pero como seguía lloviendo no pudimos hacer mucho. Aprovechamos a ir al museo de Atenas, donde hay bastantes estatuas y cosas que se olvidaron los ingleses. Después quisimos ir a caminar un poco más por el centro, pero como nos estábamos empapando otra vez, no pudimos hacer mucho. A las tres nos volvimos al hotel porque teníamos que estar en el aeropuerto a las cuatro.

La epopeya del regreso merece un capítulo aparte, ya que parece que algún ente de cultura o turismo intentó hacernos revivir al pie de la letra el regreso de Ulises a su Ítaca natal. El vuelo salía a las seis y ya empezó a embarcar con retraso debido a las condiciones climáticas. Cuando por fin estábamos todos acomodados en nuestros asientos y con el periódico en la mano, nos comunicaron que debido a un desperfecto en una de las puertas debían bloquearla y a causa de eso, por razones de seguridad, se tenía que reducir la cantidad de pasajeros y que sobraban unos veinte tipos. De entrada recomendaron bajarse a los que tenían que hacer conexiones con otro vuelo y que ya lo iban a perder por el retraso; con esto limpiaron a unos diez o quince. Después nadie más se quería bajar y ante la insistencia permanente de la tripulación iban bajando de a uno o de a dos cada quince minutos. Al final, después de más de una hora de estar esperando, anunciaron que para que saliera el vuelo era necesario que se bajaran dos personas más. Como miramos al rededor y vimos que nadie levantaba el culo, creímos que era el momento de dar un paso al frente. Nos prometieron hotel, transporte, comidas y devolvernos las maletas. Al bajar nos reunimos con todos los otros que habían bajado antes y que estaban tramitando los pasajes para el día siguiente. El trámite se demoró varias horas y para rematarla nos comunicaron que, a causa de la lluvia, les había sido imposible bajar todas las maletas, por lo que solo habían bajado dos y el resto ya estaba volando rumbo a Madrid. Nos fuimos todos a tomar un taxi y encontramos una cola de unas dos cuadras. Terminamos subiéndonos al taxi a las doce de la noche, después de estar desde las cuatro de la tarde en el aeropuerto. Además, el hotel no quedaba en Atenas, sino en un pueblito a unos 50 km. olvidado por los dioses.
[...]

martes, 16 de octubre de 2001

Crónicas complutenses

Salute Garivaldi!

Pa' que manyen y rejunen postamente que el esquinazo del asnaf no me hace ni mella en el parlamento canero y que sigo parolando con el chamuyo reo, rante y canfinflero del mistongo fauburg orillero, les acomodo en el marote, a través de los mirantes, esta crónica atorrante sobre los fatos y chanchuyos que nos pasaron en el güiquén.

El belín empezó el jueves, cuando, como peludo de regalo, nos cayó de balurdo un cusifai que junamos del jotraba, un bolastraca, un chichipío, un gil a la gurda, un pastenaca que la va de vivillo, que se vino a vacacionar una setimana por estos güines. De movida me morfé el garrón de tener que ir a rejuntarlo al aerotopuer, y tras cartón se me instaló muellamaente en el bulín a apoliyar a pata suelta y a enyantarse todo el morfi que se le ponga a tiro a costillas del chabón, sin aportar un gomán para parar la olla, como si el tovén lo garcaran los ropes. El viernes lo sacamos a variar un rato por el trocén y a la cheno lo llevamos a buyonear a un fondín peruca, donde morfamos de bute. Al final, cuando el garsón nos propinó la dolorosa, según su fama de hijo de 'quedate quieto' y la zaina 'no te muevas', nos tocó garpiñar a noialtri.

El sábado a la matina el froilán se embarcó para Barcelona, por lo que pasamos un día flor. A la sera no fuimos con Lucho al milongón que se arma en la glorieta del parque del oeste, ya que nos tuvimos que piantar del Retiro porque hay unos cosos que van a practicar otro baile y siempre nos madrugan. La pasamos fenómeno morfando factura y chupando mate al ritmo de un gotán.

El domingo pianté de la catrera más temprano que punguista de madrugada porque me tenía que pasar por el consulado por el fato este de la elección. De ahí me volví al derpa y nos fuimos con Lucho a hacer un viajecito a Alcalá de Henares en el tren del finado Cervantes. Era un tren de lo más mishio, como cualquier otro, pero con unos tipos empilchados como en el tiempo de ñaupa que iban todo el tiempo animando a la gilada con obritas de teatro y repartiendo torta a troche y moche, lo que nos vino debutamente para calmar el ragú que ya nos picaba en la bodega. Una vez allá nos pasearon como bola sin manija por un fangote de lugares como la tan mentada universidad, donde reparten los miopres cervantes a los que escriben brolis, la iglesia de San Gregorio y la saca de Cervantes, que parece que el quía tenía bulines por todos lados. Éste era una especie de yotivenco de lo más mishetón, con los pisos de ladrillo y minga de puerta cancel. Después de tanto yirar y yirar y ragunear toda la matina, nos dejaron ir a morfar a un restorán fetén fetén, donde lastramos a cuatro manoplas y nos regamos en proporción. Para la tarde nos habían batido que se podía ir a las ruinas de la antigua ciudad romana de Complutum, pero tal era la tranca que teníamos que a gatas llegamos caminando hasta la estación. En el viaje de vuelta sortearon un broli de Cervantes y se lo ganó una jovata que de fija no llega a terminarlo antes de que el Ñato le mande la citación.

A la cheno cuando llegamos, nos empilchamos a lo bacán y recalamos en el bailongo de los domingos, donde dimos así por finalizado un fin de semana for y flor.

Bueno, que les vaya Benítez y les garúe Finochieto,

Diego.

lunes, 3 de septiembre de 2001

Crónicas Galegas

Qué hay, cómo la llevan?

El fin de semana pasado no hubo crónicas porque no hice ningún viaje, sino que me quedé por Madrid y nos juntamos con los de tango en una casa a hacer unas empanadas criollas que causaron sensación, y por si eso fuera poco, las acompañamos con unas Quilmes, logrando así una combinación rayana en la perfección. Ahora el próximo desafío es hacer un matambre, así que la cosa se va complicando. Yo nunca hice ninguno y mi temor es que se desate mientras está hirviendo y pase de ser un matambre a ser un puchero.


Bueno, ahora paso a relatar lo del último fin de semana. Salimos el jueves a la tarde en un auto de alquiler con rumbo norte, amenizando el viaje con un cassette de los Doors. Pasamos por la ciudad de León, donde estuvimos más o menos una hora recorriendo sus calles y visitando la catedral, que es para 'flipar a colores', como dicen estos. Está llena de vitrales de todos colores que se iluminan a la luz del sol formando un espectáculo 'flipante'. De ahí seguimos hasta Asturias, pasando por Oviedo, donde dimos unas vueltas con el auto pero no nos demoramos mucho porque no vimos nada demasiado interesante, y según nos comentaron después, no lo había. Después llegamos a Gijón, ya casi de noche, por lo que ahí buscamos un hotel para pasar la primera noche. Recorrimos un poco la ciudad, a pesar de que llovía un poco, y no estaba tan mal. Es una peninsulita rodeada de mar por todos lados y de calles finitas, como casi todas las ciudades antiguas. Ahí la onda es chupar sidra, pero la sidra no viene gasificada como la comercial, sino que tiene una efervescencia natural que se activa al servirla, lo cual es todo un espectáculo: el mecanismo consiste en sostener un vaso con una mano cerca del suelo, mientras que con la otra mano se sostiene la botella lo más alto que se pueda. Una vez en esta incómoda postura, hay que dejar caer la sidra por una pequeña abertura en el pico de la botella. Después de recorrer la distancia existente entre la botella y el vaso, y gracias a la fuerza de gravedad, la sidra llega al vaso con la fuerza suficiente para lograr la efervescencia. En este momento no hay que perder más tiempo y mandarse el vaso a bodega de un saque, ya que si se dejan pasar unos segundos se vuelve a perder la efervescencia. Después de la segunda botella comenzamos a reflexionar a fondo sobre el tema de la sidra, llegando, por ejemplo, a la conclusión de que en el espacio, al no haber gravedad, no se podría beber sidra y que esta y no otra es la razón por la cual no hay astronautas asturianos.

Al otro día salimos temprano con rumbo oeste. Pasamos por Avilés y después por unos cuantos pueblitos que hay sobre la costa del Cantábrico hasta llegar a Galicia, escuchando todo el tiempo un cassette de Sumo (combinación interesante si las hay). Paramos en el cabo de Bares, que es según el mapa, el punto más nórdico de España. Había un castillito que estaban remodelando desde el cual había un hermosa vista al mar y las costas aledañas. De ahí seguimos hasta Ferrol y La Coruña, donde paramos un rato para recorrer la ciudad. Desde ahí apuntamos tierra adentro hasta Santiago de Compostela, donde pasamos la siguiente noche. Entramos a Santiago escuchando un cassette de Sandro, circunstancia que no se debe haber dado muchas veces en la historia desde la época del apóstol hasta el presente. Esta ciudad nos gustó mucho porque se ve bien antigua y tiene grandes monumentos como la catedral, que es una de las mejores que hemos visto. Acá la onda es ir en plan peregrino y según dicen, llegan personas de toda la península e incluso de Francia que hacen a pie el camino de Santiago. Todos van andando con un báculo en la mano, que parece que es el símbolo de Santiago, ya que en todas las tiendas de recuerdos se venden báculos de todos los tamaños y variedades.

Al día siguiente encaramos otra vez para la costa para recorrer las rías de Arosa, llegando además a cruzar a la Illa de Arosa mediante un puente que la une a tierra firme. Después estuvimos recorriendo otros pueblitos de la zona hasta que llegamos a Pontevedra y después a Vigo, donde paramos un rato a recorrer la ciudad. A partir de este punto empezamos como quien dice a pegar la vuelta y llegamos ese día hasta Orense, donde pasamos la noche. Orense también tiene algunas construcciones antiguas y hasta un puente romano sobre el río Miño. Al otro día seguimos viaje hasta Madrid, escuchando todo el tiempo un cassette de heavy metal que se compró Lucho en una estación de servicio al costado de la ruta. Paramos en Tordesillas, pero no hicimos ningún tratado, sólo nos limitamos a comer y a recorrer un poco el pueblo, que es chico pero pintoresco. Después de esto sí ya le pegamos derecho hasta Madrid (escuchando la radio, porque de cassettes ya teníamos bastante), donde llegamos un poco más que justo a devolver el auto sin que nos cobraran un día más (lástima, porque yo ya pensaba de última quedármelo esa noche también e ir a la milonga en auto, pero al final tuve que ir en metro como siempre).

En fin, ese fue el fin de semana. Ahora mi problema es que tengo que cortarme el pelo y tengo miedo de quedar como Manolito. No creo que me siente muy bien el bestia-look.

Un abrazo a todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 20 de agosto de 2001

Crónicas vallisoletanas

(Que quiere decir de Valladolid)

Suerte que encontré una página web sobre gentilicios, que si no, no habría sabido cómo titular estas crónicas.

La cuestión es que el fin de semana me fui a Valladolid, influenciado en parte por la noticia de que se hacía un baile los sábados a la noche en la intersección de los ríos Esgueva y Pisuerga ( o, mejor dicho, en la desembocadura de uno en el otro, que lo ríos no se interceden como si fueran calles). Salía en tren el sábado a las 8:30 de la mañana y ya de entrada nomás la empecé cagando, porque llegué a la estación cuando el tren se alejaba de mi con velocidad creciente, y yo sin ni siquiera un pañuelo blanco para agitar. Por suerte salía otro en media hora, aunque abonando una módica diferencia. El viaje duró como tres horas porque encima el tren no andaba muy bien y se paraba cada dos por tres. Al final, llegué a Valladolid como a las 11:30 de la mañana y conseguí un hotelsito que estaba bien en el centro. Dejé ahí las cosas y me largué a caminar. Desgraciadamente no había podido conseguir un mapa, por lo que me largué a caminar a la deriva, esperando encontrar prontamente una oficina turística que me proveyera de mapas, folletos, y todas esas cosas, pero para mi mal, no encontré ninguna, no sólo en ese momento sino tampoco durante los dos días que estuve ahí. Dentro de todo no me fue tan mal, porque enseguida encontré la Plaza Mayor, la Catedral, la Plaza Zorrilla, la Universidad, la Iglesia de San Benito Cámelas, etc. Fue en la Plaza Zorrilla donde encontré, a un costado de la estatua de Zorrilla, una torreta de información turística que tenía un mapa de la ciudad donde estaban marcados todos los puntos de interés. Era lo que precisaba, lástima que la torreta estuviera clavada en la vereda y no la pudiera llevar conmigo. No me quedó otra que memorizar todo lo que pude y largarme a andar otra vez. Por lo menos pude ubicar a grandes rasgos dónde estaban la casa de Cervantes, la casa de Colón y algunos museos. Me largué a por ellos, pero en ese momento estaban todos cerrados porque era la siesta, que al igual que en nuestro interior, parece que es sagrada. Al final caminé un montón, ya que, comprobando una vez más la fragilidad de mi memoria, pronto me encontré perdido sin saber muy bien para donde ir. Encima, las callecitas son todas zigzagueantes y retorcidas, y uno cree que está yendo derecho y en realidad se está yendo a tomar por culo; pero llegué por fin otra vez al hotel, donde me tiré a dormir un rato ya que a la noche pensaba ir a la milonguita.
De esta milonga todo lo que sabía era que se hacía a las 23:00 hs en la desembocadura del Esgueva. La información me parecía un poco escasa, por lo que temí revivir la trágica jornada de Sitges. Pero bien mirado no era tan difícil, sólo había que caminar por la ribera del Pisuerga, donde ya había estado, y a la larga me toparía inevitablemente con el Esgueva, y a
partir de ahí me guiaría por la música. Lo que no imaginé es que fuera tan a la larga. De entrada nomás se veía en el mapa de la torreta que el recorrido no era lo que se dice un par de cuadras, sino que más bien era lejos que te cagas, por lo que me lo tomé con calma y me largué a caminar despacito, porque en estas ciudades del primer mundo no pasa un taxi ni queriendo, y ya había perdido como veinte minutos esperando en una esquina. (Ni taxis ni kioscos. Hay que reconocer el efecto de las políticas económicas liberales conocido como cuentapropismo, es algo que conspira contra la estabilidad laboral y la cohesión social, pero que se extraña a la hora de necesitar un taxi o un paquete de chicles). Después de mucho andar, y con más ganas de poner los pies en remojo que de bailar, comencé a oír el clásico sollozo de los bandoneones, por lo que recobré mis fuerzas, sólo faltaban unas cinco cuadras más. Al llegar, sin embargo, el entusiasmo se trocó en pesadumbre al contemplar el panorama que tenía ante mis ojos: habría en total unas ocho o diez personas, contando al público que pasaba casualmente por ahí y se paraba a mirar. El piso era de unos baldosones de cemento irregulares entre los que crecían numerosas matas de pasto. Para no hablar de las chicas presentes, la más joven de las cuales había conocido los tiempos de la República. Esperé sin embargo un rato, con la esperanza de que la situación mejorara aunque sea un poco. En eso estaba cuando un tipo, que sería el organizador, cacha el micrófono y dice entusiasmado: "Que tal, amigos. Hoy si que ha venido gente!". Este breve pero elocuente discurso, me dio la pauta de que la situación no iba a mejorar, sino que a partir de ese momento lo más probable era que empeorara, por lo que consideré era la hora exacta de emprender la retirada. Así fue que desanduve el camino hasta el hotel, de donde nunca debí haber salido.
Al otro día dejé el hotel por la mañana y salí a dar otra vuelta para ver algunos lugares que me faltara conocer. Conseguí finalmente visitar la casa de Cervantes, él no estaba pero había dejado abierto; estaban sólo los muebles, unos cuadros, unos libros y un tipo que vigilaba. La casa era chica, así que la visita terminó enseguida. Aproveché ya que estaba cerca a echarle otro vistazo a la torreta, para refrescar un poco la memoria. Ahí vi que también había para visitar un museo denominado simplemente 'Museo de Valladolid', así que fui a verlo. Hay que decir que el recorrido no se me estaba dando con la tranquilidad y la despreocupación que quisiera, ya que no se si fue por la actividad física que estoy llevando a cabo en estos días o por la imprudencia de haber consumido la otra noche uvas con yogurt, la cuestión es que comencé a notar, ya en los días previos, un cambio preocupante en mi ritmo digestivo que me tuvo a mal traer toda la semana. Dentro de todo, estando en Madrid, ya sea en el trabajo o en el departamento, la fui piloteando bastante bien, pero ahora me encontraba en el medio de una ciudad desconocida, habiendo abandonado ya el hotel y sin ni siquiera un boleto de colectivo en el bolsillo. Traté de bancármela lo más que pude durante las horas que me quedaran y en estas condiciones logré aún llegar a conocer la plaza Colón y el Campo Grande, que es un parque que tiene árboles de todas las especies, un lago con patos y hasta pavos reales sueltos por ahí; está bastante bueno, pero a estas alturas, a mi todo me parecía una cagada. Al final llegué al museo, donde para colmo había que subir y bajar escaleras: 'qué cagada!', pensé yo, pero igual me animé. El museo era de arqueología, la planta baja estaba dedicada a la prehistoria en la península ibérica, por lo que había montones de piedras afiladas, puntas de flecha, instrumentos de hierro y vasijas de terracota que parecía inodoros. La planta alta correspondía a los tiempos históricos y había monedas de la época de imperio romano, estatuas, mosaicos y todo ese tipo de cosas. No era que no fuera interesante, pero como estaba un poco apurado, la última planta la hice cagando. Afuera, para colmo, el clima estaba empeorando y había bajado bastante la temperatura; yo que estaba apenas con una remera me cagué de frío. Traté de dirigirme para el centro a comer una tabla de quesos o algo que me hiciera bien, pero pronto me volví a desorientar con las calles: 'La estoy cagando', pensé. Suerte que dentro de todo, en el folleto que me dieron en el museo había un planito que me ayudó a orientarme y evitó que la siguiera cagando, por lo menos en lo referente a las calles; en cuanto a lo otro no pudo hacer mucho, ya que a las pocas cuadras me vi obligado a entrar al primer bar que encontré, donde aplaqué, no mis necesidades alimentarias, sino más bien todo lo contrario. Ya más relajado, seguí caminando hasta el centro donde ahí si comí algo y me puse a esperar la hora de regreso. Noté sin embargo que el boleto de tren era para las 18:30 y eran en ese momento las 14:30, pensé qué hacer en cuatro horas sin nada más por ver y cansado de caminar y no se me ocurrió nada, así que me fui derecho para la estación a ver cual era el primer tren que salía para Madrid. Por suerte había uno a las 15:00, por el que lo pude cambiar pelo a pelo y antes de las 18:00 ya estaba en pleno centro de Madrid.
En fin, la excursión no fue lo que se dice 'perfecta' pero tampoco fue una cagada total, aunque estuvo muy cerca de serlo.

Bueno, un abrazo a todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 13 de agosto de 2001

Crónicas castellano-leonesas

Buenas, gentuza,

Reaparezco después de algunas semanas de silencio debidas a que no tenía mucho para contar, ya que estuve más que nada por Madrid, yendo a la pileta y esas cosas. Las únicas cosas más o menos interesantes durante este tiempo fueron la visita al palacio de San Lorenzo del Escorial (que tiene forma de parrilla para conmemorar el martirio de San Lorenzo, que lo hicieron vuelta y vuelta como un Paty), al Valle de los Caídos y al Palacio Real, que me queda a la vuelta, y es de un lujo ya algo exagerado.

Este fin de semana que pasó estuvo un poco mejor. Empezamos el viernes a la noche yendo a comer ( o a cenar, para ser rigurosos) con Lucho al restaurante Botín, que ostenta el título de ser el más antiguo del mundo, según el libro Guinness. De ahí nos fuimos a recorrer los barsuchos del centro, recalando siempre en La Fontana de Oro, bar que dio nombre a una novela de Benito Pérez Galdós y que también tiene su historia. A partir de ahí, mis recuerdos cesan hasta el mediodía siguiente. Curiosamente a Lucho le pasa lo mismo. Lo primero que pensamos fue en un ovni, pero ya lo descartamos. Creo, eso sí, que volvimos por separado. Lucho, por ejemplo, no recuerda cómo consiguió abrir la puerta de abajo de edificio, porque siempre en condiciones normales se le traba la llave y le cuesta un rato abrir; sin embargo ambos coincidimos en que el vidrio de la puerta parece nuevo y Lucho asegura haber descubierto, al día siguiente, restos de vidrio molido en su pelo.

Al otro día, ya recuperado, me fui otra vez a la pileta, y más tarde me encontré con unos amigos de la milonga que se juntan a bailar en la glorieta del parque del Retiro. Uno se había llevado un grabadorcito a pilas y estuvimos bailando ahí desde las siete u ocho de la tarde hasta eso de las doce de la noche. De ahí nos fuimos a la zona de Lavapiés, donde había montados gran cantidad de puestos callejeros de comida, juegos, etc, porque se celebraban las fiestas de San Lorenzo (había gran variedad de carne a la parrilla). Había muchísima gente y anduvimos dando vueltas por ahí un rato. Al final nos fuimos a seguir bailando al templo de Debod, un templo egipcio que plantaron en medio de un parque que da a un barranco, desde donde hay una amplia vista a una parte de la ciudad.

Al otro día (domingo) quedamos con Lucho para hacer una excursión a Ávila y Segovia (ahora se entiende lo de castellano-leonesas). Sacamos un tur que nos llevó, nos paseó por las dos ciudaddes y nos trajo de vuelta antes de que nos enteráramos, pero por lo menos no nos perdimos. Primero fuimos a Ávila, ciudad de santos, según dicen. Está completamente rodeada por una muralla y conserva el estilo medieval. Parece que fueron muchos los santos que nacieron ahí, la más famosa es Santa Teresa de Jesús, que tiene una iglesia propia con una imagen muy grande que la sacan en procesión cada tanto. Parece que esta santa nació en Ávila pero tuvo el descuido de morir no sé si en Salamanca o algún otro lugar por ahí, lo que dio lugar a una disputa para ver dónde iba a quedar al fin la desorganizada santa. Al fin parece que dejaron que fuera un tiempo a Ávila pero con la condición de que la devolvieran cumplido el tiempo estipulado para el préstamo. Los avileños la devolvieron aunque no completamente, ya que antes, ni lerdos ni perezosos, le amputaron un dedo, y encima justo el del anillo. Lo peor es que no sólo cuentan este hecho orgullosamente, sino que exponen el dedo en una cajita a todo aquel que quiera verlo y fotografiarlo. Ya a estas alturas me extrañó que no vendieran souvenires con forma de dedo, para usar de llavero o colgar del espejito del auto.

Nos fuimos de Ávila con las manos adentro de los bolsillos y al rato llegamos a Segovia. Lo primero que se ve de lejos es la cúpula de la catedral, que la llaman 'la dama de las catedrales españolas' ya que, según dicen, de lejos parece una dama con un amplio vestido. A mi no me pareció, pero no quise contradecir una opinión tan antigua y generalizada. Después se ve el Alcázar, que parece el castillo de Disneylandia, y dicen que el finado Disney se inspiró en él para su castillo. Después vimos el famoso acueducto romano, una serie de arcos de piedra que alcanzan una gran altura y sobre los que pasa una canaleta que llevaba el agua de un apunta de la cuidad a la otra. También vimos la catedral por dentro, donde el guía se tiró hablando como una hora, todo para intentarnos convencer de que compráramos un libro, que al final vino a confesar que lo escribió él mismo, superando todas las bromas que estábamos haciendo nosotros al respecto. Después nos llevó a conocer el Alcázar por dentro, que está todo reconstruido porque un incendio no dejó nada, y tuvieron que volver a redecorar todo como era antes. Por lo menos se veía nuevito. Desde las ventanas y balcones del Alcázar hay una vista espectacular de todos los alrededores de Segovia, donde no dejan levantar ni un puesto de panchos para que la vista sea igual que en la edad media. Desde ahí se veía también un viejo convento templario, pero que lamentablemente no estaba incluido en la visita, según dicen por falta de tiempo, pero más bien debe ser para no poner en peligro el Secreto de la Orden.

Con esto terminó la vuelta, así que nos subieron al micro y nos dejaron de vuelta en casita, donde volví a encontrarme con el mismo desorden que había dejado a la mañana, ya que el mantenimiento del hogar, que empezó siendo una divertida novedad, termino por convertirse en una rutina insoportable, lo que a la larga, está comprometiendo gravemente la habitabilidad del lugar.

Bueno, eso es todo por ahora,
un abrazo a todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 23 de julio de 2001

Crònicas sitgetanes

Salute a la barra!

En vista de que en Pamplona no me cogió ningún toro, el fin de semana me fui a Sitges, donde el panorama parecía ser más prometedor. Lo cierto es que el lugar tiene su fama, y hay que decir que en todo momento los alegres muchachos se encargan de mantenerla viva. Por esta razón vengo soportando desde hace un tiempo toda clase de comentarios malintencionados, pero la verdad es que mi interés era simplemente pasar un fin de semana en la playita y asistir al festival de tango que se estaba desarrollando en esos días, aunque no necesariamente en ese orden.

La verdad que el fin de semana empezó de culo, pero al final terminó bien. Salí en tren y llegué a Sitges a eso de las nueve y media de la noche, con la clara intención de ir esa misma noche al festival, del que había perdido ya dos noches. El primer problema que se me presentó fue que no me había llevado anotado el lugar donde se hacía, por lo que no sabía a dónde ir. Pero no me desesperé, porque pensé que en cuanto llegara al hotel me iban a dar toda la información necesaria y listo. Sin embargo, al solicitarle esta información al recepcionista me miró desconcertado diciendo no saber nada de ningún festival de tango. Ahí comencé a preocuparme un poco. En vano agoté diarios, revistas, programas de actividades culturales, etc, esperando encontrar algo, pero nada. Al final me cambié y me decidí a ir al centro a ver qué encontraba, e hice llamar un taxi, porque encima el hotel estaba muy bueno pero quedaba a tomar por culo del centro. Al subir al taxi le dije al chofer, ya algo decepcionado: "¿No que usted tampoco sabe nada de ningún festival de tango?", a lo que el tipo me respondió: "¿El festival de tango? Claro, ahora lo llevo". El viejo parecía muy seguro así que me tranquilicé. Al rato me dice: "Bueno, lo dejo acá y se va caminando unos cien metros por esa calle y pregunta por allí". Ante esa vaguedad de información mi preocupación volvió a renacer y terminó de tomar cuerpo cuando al llegar al lugar, o mejor dicho, a la zona que me había indicado el viejo, no encontré nada ni nadie a quien preguntarle. Puteadas al viejo. Al final me largué a caminar a ver qué encontraba con la única pista de que esa noche había organizado un baile en la playa y con el vago recuerdo del nombre del hotel donde se organizaba el festival, que no lo recordaba pero esperaba reconocerlo si lo veía. Así que bajé a la playa y caminé todo el paseo marítimo de una punta de Sitges hasta la otra. Al llegar ahí me sale al cruce un flaco todo vestido de negro que me dice (sic.): "Disculpá, che ¿no sabés donde se hace el festival de tango?". La tranquilidad de no ser el único boludo me dio fuerzas para seguir buscando. Entre los dos fuimos caminando otra vez el paseo marítimo de vuelta, preguntando en todos los restorants y hoteles y recibiendo constantemente negativas. Al llegar a la otra punta entramos a un hotel y preguntamos más o menos así: "Dígannos la verdad, ¿no es cierto que ustedes no tiene ni la más mínima idea de dónde se hace el festival de tango?", a lo que nos respondieron: "Claro, el festival de tango. Ahora os indico". El recuerdo del viejo revivió en mi memoria y ya me estaba por ir, pero en eso el tipo saca una mapa y comienza a marcar cosas con una birome. Este soporte cartográfico me dio más confianza, por lo que presté atención. Nos explicó que el hotel donde se organizaba era el Antemare y que quedaba, por su puesto, en la otra punta de Sitges. Nos fuimos caminando otra vez hasta el hotel pero ya con la seguridad de ir sobre una pista firme. Al llegar aquí le preguntamos al recepcionista dónde se hacía el festival esa noche, y por las explicaciones que nos dio, notamos enseguida que quedaba, como no podía ser de otro modo, en la otra punta de Sitges. La gente ya nos saludaba al vernos pasar y algunos nos tiraban monedas de cinco duros. Finalmente, guiándonos por el mapa, llegamos a un lugar que quedaba, casualmente, a unos veinte metros de donde me había dejado el viejo, pero ya era tarde para quejarse (a todo esto ya eran más de las doce de la noche y festival empezaba a las once). No más acercarnos percibimos el inconfundible sollozo de los bandoneones y nos dirigimos raudamente hacia la entrada con una ansiedad incontenible. Grande fue nuestro pesar cuando nos informaron que ya no quedaban entradas para esa noche y que no había ninguna posibilidad de entrar. Intenté conseguir al menos para la noche del sábado, pero también estaban agotadas. Había gente que había reservado sus entradas desde varios meses antes y nosotros pretendíamos conseguirlas en el momento. Sólo quedaban algunas para la noche del domingo, que era justo cuando yo ya me iba. Desilusión total. El tipo nos conformó diciendo que a eso de las tres de la mañana eso terminaba y se iban todos a bailar a la playa, así que en esa nos podíamos prender. Mientras tanto nos fuimos a tomar unas cervezas por ahí para hacer tiempo y ver un poco el ambiente de la noche de Sitges, que merece un capítulo aparte, es mas o menos como el Morocco pero en toda la cuidad. Al dar las tres de la mañana nos fuimos yendo para esto de la playa. Yo quise volver a pasar por donde se había hecho el festival para ver para dónde iba la gente, no se cosa que otra vez perdiéramos la pista. Al llegar aquí me encontré a una mujer conocida de Madrid, la cual, al contarle mis cuitas, me dice: "¿A ti te interesaría conseguir una entrada para mañana?", "¡Más bien!" le respondí yo, con otras palabras pero con la misma ansiedad. Entonces me contó que una amiga de ella había sacado la entrada pero no iba a ir porque no se que coño le pasaba, la verdad es que el resto de la explicación ni la escuché, lo importante era que estaban dispuestas a venderme al costo una entrada para el sábado. El problema era que en ese momento no la tenían, por lo que quedamos para encontrarnos al otro día en la playa para realizar la transacción. Después de esto fuimos al baile de la playa, que era algo totalmente improvisado: Un tipo llegó con un grabadorcito a pilas y dos o tres discos y hala! a bailar!. Tan poca potencia tenía el grabadorcito que había que bailar sin alejarse más de dos metros del mismo para pretender escuchar algo. Se oían más los ruidos de los zapatos contra el piso que la música. Ahí me quedé mas o menos hasta las seis, cuando ya estaba empezando a amanecer, porque al otro día había quedado a las once en la playa y lo único que faltaba era que me quedara dormido.

El sábado bajé a la playa al sitio convenido y estuve esperando un buen rato, durante el cual la preocupación volvía a aparecer de a ratos. Pero al final aparece la mujer esta y me dice: "Ven, estamos por allí" y me llevó a un lugar que quedaba como a cincuenta metros de donde ella misma me había dicho que iban a estar, hay que joderse! Lo importante fue que al final me vendió la entrada (después de pasar un momento de zozobra durante el cual la buscaba en un bolso sin encontrarla durante un buen rato) por lo que pasé el resto del día en total tranquilidad y hasta me fui a dormir un rato para no estar tan cansado.

Esa noche aparecí por el festival a las once menos cuarto, ya que había que hacer una pequeña cola, y entré como un duque, como si hubiera sacado la entrada dos meses atrás. Yo me había informado de que el viernes iba a tocar una orquesta y el sábado iba a haber varias exhibiciones de baile, pero debido a un cambio de programa se pasaron las exhibicones para el viernes y la orquesta para el sábado. Mejor, pense yo, porque con las exhibiciones no se puede bailar y con la orquesta sí; además a Sotto estoy podrido de verlo. Y esta opinión se reforzó cuando me enteré que la orquesta era El Arranque (envidie, morocha). Hicieron dos entradas en las que tocaron todo su selecto repertorio. El baile estaba bastante bueno. Había mucha gente conocida de Madrid y también muchas francesas y alemanas, y se podía bailar bastante bien. Al final nos fuimos todos otra vez para la playa a seguir bailando al son del grabadorcito. Esta vez me quedé hasta el final, que fué como a las ocho de la mañana. Ya se había ido hasta el dueño del grabador, que pidió que después se lo hacercaran al hotel, y quedamos unos pocos. La verdad es que estar bailando al amanecer frente al mar es algo muy fuerte, encima, en el momento justo en que empezó a clarear, empezóa a sonar El Amanecer, de Roberto Firmo, con los pajaritos y todo. Al final nos tuvimos que ir porque el sol ya picaba mucho sobre la ropa negra.

Esa noche (o mañana) dormí sólo dos horas porque ya tenía que dejar el hotel, así que dejé el equipaje en la recepción y me fui a la playa todo el día hasta las nueve de la noche que tenía que ir a tomar el tren. Al final quedé bastante quemado por el sol y cansado de ver tetas. Me duché en esas duchas de la playa, me cambié más o menos y me fui a tomar el tren. Por suerte había sacado litera, por lo que pude dormir cómodamente durante todo el hasta Madrid. Llegué a las ocho de la mañana y solo tuve tiempo para ducharme y salir para acá.

En fin, aparte de los problemas del principio, el resto del tiempo la pasé bastante bien. Por cierto, al flaco que encontré la noche del viernes no lo vi nunca más, no se qué habrá sido de él. A lo mejor el sí se encontró algún muchacho alegre que lo llevó a conocer la noche de Sitges.

Bueno, saludos a todos y hasta la próxima,

Diego.

lunes, 9 de julio de 2001

Crónicas pamplonesas

Hola a todos,

Como algunos ya sabían, el fin de semana fui a San Fermín y, como ven, sobreviví para contarlo. Salimos con mi compañero el viernes por la noche y llegamos a Pamplona a eso de las dos y pico de la mañana, cuando la celebración estaba en su apogeo. Aunque después comprobé que no era que estubiera en su apogeo, sino que así se vivía ahí las 24 horas del día. Llegamos a un lugar donde había montada como una kermese con juegos mecánicos y todo eso, y además, varios puestos de las distintas comunidades donde vendían comida y artesanías y esgrimían pancartas con consignas políticas, de las que entendíamos poco porque estaban todas escritas en vasco o navarro o el idioma que sea que usen ahí. Toda el área estaba habitada por gran cantidad de borrachos, muchos en muy mal estado, que no tenían problemas en vaciar sus aguas en cualquier momento y lugar, por lo que era frecuente tener que vadear continuamente pequeños arroyuelos que discurrían por aquí y por allá, enriqueciendo notablemente la fisonomía del paisaje, aunque afectando un poco la salubridad del ambiente.

De aquí partimos después de un rato, buscando mejores aires, y llegamos al casco antiguo, donde el ambiente era más o menos el mismo, pero represantado sobre las pintorescas callecitas antiguas del pueblo. Era increíble la cantidad de gente que había por todos lados, nunca vi tanta gente junta vestida de la misma manera, ya que todo el mundo iba mayoritariamente de blanco y con su infaltable pañuelito rojo al cuello. Yo no quise ser menos, sólo que pantalón blanco no tenía y la única remera blanca que conseguí es una que tengo con la cara de Gardel. Con eso y un pañuelito que me compré me acerque bastante a la indumentaria oficial. Así, esquivando borrachos y vadeando arroyos, se fue haciendo la hora del amanecer, así que nos fuimos acercando a la plaza de toros para tener una buena ubicación para ver el encierro. Cuando llegamos estaban armando la vallas de madera que levantan en las calles por donde van a pasar los toros. Poco a poco se fue llenando de gente hasta que nos vimos rodeados por una multitud. Al final terminaron de armar la valla pero tanta era la gente que aunque habíamos llegado temprano no se podía ver nada. Nos dimos cuenta de cuándo pasaban los toros por los gritos de los demás. Yo creo que llegué a ver unas manchas medio marrones discurriendo entre la gente que corría, pero ya no se si fue cierto o lo imaginé. Al final la gente se fué, desarmaron todo y aquí no ha pasado nada, así que nos fuimos por ahí a tomar algo y después anduvimos toda la mañana de un lado para el otro sin saber bien qué hacer. En un momento nos tiramos a dormir en una plaza pero nos rajó la policía. En ese momento del día notamos un cambio en cuanto a le gente circundante con respecto al día anterior. Los borrachos ya estaban tirados por los portales o donde los encontró el sueño y las que salían ahora eran las familias del lugar, quienes parece que se toman muy en serio el festejo este, ya que desde el primero hasta el último salían vestidos de blanco de pies a cabeza y con pañuelo y faja rojos. Hasta los bebés iban así disfrazados, e incluso hemos visto algunos perros que no se substraían a esta tradición. Al final fuimos a comer algo y a media tarde ya nos volvimos, porque nos nos convencía mucho la idea de pasar otro día entero yirando por ahí sin dormir o durmiendo en las plazas repletas de arroyuelos.

Así que la siguiente noche ya la pasamos en Madrid, durmiendo como se debe, estrenando nuestro departamento, y ayer domingo anduvimos paseando un poco por la ciudad. A la tarde me invitaron a una milonga en el hotel Ritz, que fue, por lo menos, una oportunidad para ver de adentro ese hotel que es de un lujo extraordinario. La milonga no era gran cosa ya que había muchos invitados, parejas y yo que se, pero poca gente para sacar a bailar, pero el lugar era espectacular. Para bailar bien voy a tener que esperar hasta esta noche, o si no hasta mañana, o si no hasta el jueves, etc, etc. aunque en un ambiente algo más modesto.

Bueno, besos y abrazos para todos y hasta pronto,

Diego.