lunes, 20 de agosto de 2001

Crónicas vallisoletanas

(Que quiere decir de Valladolid)

Suerte que encontré una página web sobre gentilicios, que si no, no habría sabido cómo titular estas crónicas.

La cuestión es que el fin de semana me fui a Valladolid, influenciado en parte por la noticia de que se hacía un baile los sábados a la noche en la intersección de los ríos Esgueva y Pisuerga ( o, mejor dicho, en la desembocadura de uno en el otro, que lo ríos no se interceden como si fueran calles). Salía en tren el sábado a las 8:30 de la mañana y ya de entrada nomás la empecé cagando, porque llegué a la estación cuando el tren se alejaba de mi con velocidad creciente, y yo sin ni siquiera un pañuelo blanco para agitar. Por suerte salía otro en media hora, aunque abonando una módica diferencia. El viaje duró como tres horas porque encima el tren no andaba muy bien y se paraba cada dos por tres. Al final, llegué a Valladolid como a las 11:30 de la mañana y conseguí un hotelsito que estaba bien en el centro. Dejé ahí las cosas y me largué a caminar. Desgraciadamente no había podido conseguir un mapa, por lo que me largué a caminar a la deriva, esperando encontrar prontamente una oficina turística que me proveyera de mapas, folletos, y todas esas cosas, pero para mi mal, no encontré ninguna, no sólo en ese momento sino tampoco durante los dos días que estuve ahí. Dentro de todo no me fue tan mal, porque enseguida encontré la Plaza Mayor, la Catedral, la Plaza Zorrilla, la Universidad, la Iglesia de San Benito Cámelas, etc. Fue en la Plaza Zorrilla donde encontré, a un costado de la estatua de Zorrilla, una torreta de información turística que tenía un mapa de la ciudad donde estaban marcados todos los puntos de interés. Era lo que precisaba, lástima que la torreta estuviera clavada en la vereda y no la pudiera llevar conmigo. No me quedó otra que memorizar todo lo que pude y largarme a andar otra vez. Por lo menos pude ubicar a grandes rasgos dónde estaban la casa de Cervantes, la casa de Colón y algunos museos. Me largué a por ellos, pero en ese momento estaban todos cerrados porque era la siesta, que al igual que en nuestro interior, parece que es sagrada. Al final caminé un montón, ya que, comprobando una vez más la fragilidad de mi memoria, pronto me encontré perdido sin saber muy bien para donde ir. Encima, las callecitas son todas zigzagueantes y retorcidas, y uno cree que está yendo derecho y en realidad se está yendo a tomar por culo; pero llegué por fin otra vez al hotel, donde me tiré a dormir un rato ya que a la noche pensaba ir a la milonguita.
De esta milonga todo lo que sabía era que se hacía a las 23:00 hs en la desembocadura del Esgueva. La información me parecía un poco escasa, por lo que temí revivir la trágica jornada de Sitges. Pero bien mirado no era tan difícil, sólo había que caminar por la ribera del Pisuerga, donde ya había estado, y a la larga me toparía inevitablemente con el Esgueva, y a
partir de ahí me guiaría por la música. Lo que no imaginé es que fuera tan a la larga. De entrada nomás se veía en el mapa de la torreta que el recorrido no era lo que se dice un par de cuadras, sino que más bien era lejos que te cagas, por lo que me lo tomé con calma y me largué a caminar despacito, porque en estas ciudades del primer mundo no pasa un taxi ni queriendo, y ya había perdido como veinte minutos esperando en una esquina. (Ni taxis ni kioscos. Hay que reconocer el efecto de las políticas económicas liberales conocido como cuentapropismo, es algo que conspira contra la estabilidad laboral y la cohesión social, pero que se extraña a la hora de necesitar un taxi o un paquete de chicles). Después de mucho andar, y con más ganas de poner los pies en remojo que de bailar, comencé a oír el clásico sollozo de los bandoneones, por lo que recobré mis fuerzas, sólo faltaban unas cinco cuadras más. Al llegar, sin embargo, el entusiasmo se trocó en pesadumbre al contemplar el panorama que tenía ante mis ojos: habría en total unas ocho o diez personas, contando al público que pasaba casualmente por ahí y se paraba a mirar. El piso era de unos baldosones de cemento irregulares entre los que crecían numerosas matas de pasto. Para no hablar de las chicas presentes, la más joven de las cuales había conocido los tiempos de la República. Esperé sin embargo un rato, con la esperanza de que la situación mejorara aunque sea un poco. En eso estaba cuando un tipo, que sería el organizador, cacha el micrófono y dice entusiasmado: "Que tal, amigos. Hoy si que ha venido gente!". Este breve pero elocuente discurso, me dio la pauta de que la situación no iba a mejorar, sino que a partir de ese momento lo más probable era que empeorara, por lo que consideré era la hora exacta de emprender la retirada. Así fue que desanduve el camino hasta el hotel, de donde nunca debí haber salido.
Al otro día dejé el hotel por la mañana y salí a dar otra vuelta para ver algunos lugares que me faltara conocer. Conseguí finalmente visitar la casa de Cervantes, él no estaba pero había dejado abierto; estaban sólo los muebles, unos cuadros, unos libros y un tipo que vigilaba. La casa era chica, así que la visita terminó enseguida. Aproveché ya que estaba cerca a echarle otro vistazo a la torreta, para refrescar un poco la memoria. Ahí vi que también había para visitar un museo denominado simplemente 'Museo de Valladolid', así que fui a verlo. Hay que decir que el recorrido no se me estaba dando con la tranquilidad y la despreocupación que quisiera, ya que no se si fue por la actividad física que estoy llevando a cabo en estos días o por la imprudencia de haber consumido la otra noche uvas con yogurt, la cuestión es que comencé a notar, ya en los días previos, un cambio preocupante en mi ritmo digestivo que me tuvo a mal traer toda la semana. Dentro de todo, estando en Madrid, ya sea en el trabajo o en el departamento, la fui piloteando bastante bien, pero ahora me encontraba en el medio de una ciudad desconocida, habiendo abandonado ya el hotel y sin ni siquiera un boleto de colectivo en el bolsillo. Traté de bancármela lo más que pude durante las horas que me quedaran y en estas condiciones logré aún llegar a conocer la plaza Colón y el Campo Grande, que es un parque que tiene árboles de todas las especies, un lago con patos y hasta pavos reales sueltos por ahí; está bastante bueno, pero a estas alturas, a mi todo me parecía una cagada. Al final llegué al museo, donde para colmo había que subir y bajar escaleras: 'qué cagada!', pensé yo, pero igual me animé. El museo era de arqueología, la planta baja estaba dedicada a la prehistoria en la península ibérica, por lo que había montones de piedras afiladas, puntas de flecha, instrumentos de hierro y vasijas de terracota que parecía inodoros. La planta alta correspondía a los tiempos históricos y había monedas de la época de imperio romano, estatuas, mosaicos y todo ese tipo de cosas. No era que no fuera interesante, pero como estaba un poco apurado, la última planta la hice cagando. Afuera, para colmo, el clima estaba empeorando y había bajado bastante la temperatura; yo que estaba apenas con una remera me cagué de frío. Traté de dirigirme para el centro a comer una tabla de quesos o algo que me hiciera bien, pero pronto me volví a desorientar con las calles: 'La estoy cagando', pensé. Suerte que dentro de todo, en el folleto que me dieron en el museo había un planito que me ayudó a orientarme y evitó que la siguiera cagando, por lo menos en lo referente a las calles; en cuanto a lo otro no pudo hacer mucho, ya que a las pocas cuadras me vi obligado a entrar al primer bar que encontré, donde aplaqué, no mis necesidades alimentarias, sino más bien todo lo contrario. Ya más relajado, seguí caminando hasta el centro donde ahí si comí algo y me puse a esperar la hora de regreso. Noté sin embargo que el boleto de tren era para las 18:30 y eran en ese momento las 14:30, pensé qué hacer en cuatro horas sin nada más por ver y cansado de caminar y no se me ocurrió nada, así que me fui derecho para la estación a ver cual era el primer tren que salía para Madrid. Por suerte había uno a las 15:00, por el que lo pude cambiar pelo a pelo y antes de las 18:00 ya estaba en pleno centro de Madrid.
En fin, la excursión no fue lo que se dice 'perfecta' pero tampoco fue una cagada total, aunque estuvo muy cerca de serlo.

Bueno, un abrazo a todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 13 de agosto de 2001

Crónicas castellano-leonesas

Buenas, gentuza,

Reaparezco después de algunas semanas de silencio debidas a que no tenía mucho para contar, ya que estuve más que nada por Madrid, yendo a la pileta y esas cosas. Las únicas cosas más o menos interesantes durante este tiempo fueron la visita al palacio de San Lorenzo del Escorial (que tiene forma de parrilla para conmemorar el martirio de San Lorenzo, que lo hicieron vuelta y vuelta como un Paty), al Valle de los Caídos y al Palacio Real, que me queda a la vuelta, y es de un lujo ya algo exagerado.

Este fin de semana que pasó estuvo un poco mejor. Empezamos el viernes a la noche yendo a comer ( o a cenar, para ser rigurosos) con Lucho al restaurante Botín, que ostenta el título de ser el más antiguo del mundo, según el libro Guinness. De ahí nos fuimos a recorrer los barsuchos del centro, recalando siempre en La Fontana de Oro, bar que dio nombre a una novela de Benito Pérez Galdós y que también tiene su historia. A partir de ahí, mis recuerdos cesan hasta el mediodía siguiente. Curiosamente a Lucho le pasa lo mismo. Lo primero que pensamos fue en un ovni, pero ya lo descartamos. Creo, eso sí, que volvimos por separado. Lucho, por ejemplo, no recuerda cómo consiguió abrir la puerta de abajo de edificio, porque siempre en condiciones normales se le traba la llave y le cuesta un rato abrir; sin embargo ambos coincidimos en que el vidrio de la puerta parece nuevo y Lucho asegura haber descubierto, al día siguiente, restos de vidrio molido en su pelo.

Al otro día, ya recuperado, me fui otra vez a la pileta, y más tarde me encontré con unos amigos de la milonga que se juntan a bailar en la glorieta del parque del Retiro. Uno se había llevado un grabadorcito a pilas y estuvimos bailando ahí desde las siete u ocho de la tarde hasta eso de las doce de la noche. De ahí nos fuimos a la zona de Lavapiés, donde había montados gran cantidad de puestos callejeros de comida, juegos, etc, porque se celebraban las fiestas de San Lorenzo (había gran variedad de carne a la parrilla). Había muchísima gente y anduvimos dando vueltas por ahí un rato. Al final nos fuimos a seguir bailando al templo de Debod, un templo egipcio que plantaron en medio de un parque que da a un barranco, desde donde hay una amplia vista a una parte de la ciudad.

Al otro día (domingo) quedamos con Lucho para hacer una excursión a Ávila y Segovia (ahora se entiende lo de castellano-leonesas). Sacamos un tur que nos llevó, nos paseó por las dos ciudaddes y nos trajo de vuelta antes de que nos enteráramos, pero por lo menos no nos perdimos. Primero fuimos a Ávila, ciudad de santos, según dicen. Está completamente rodeada por una muralla y conserva el estilo medieval. Parece que fueron muchos los santos que nacieron ahí, la más famosa es Santa Teresa de Jesús, que tiene una iglesia propia con una imagen muy grande que la sacan en procesión cada tanto. Parece que esta santa nació en Ávila pero tuvo el descuido de morir no sé si en Salamanca o algún otro lugar por ahí, lo que dio lugar a una disputa para ver dónde iba a quedar al fin la desorganizada santa. Al fin parece que dejaron que fuera un tiempo a Ávila pero con la condición de que la devolvieran cumplido el tiempo estipulado para el préstamo. Los avileños la devolvieron aunque no completamente, ya que antes, ni lerdos ni perezosos, le amputaron un dedo, y encima justo el del anillo. Lo peor es que no sólo cuentan este hecho orgullosamente, sino que exponen el dedo en una cajita a todo aquel que quiera verlo y fotografiarlo. Ya a estas alturas me extrañó que no vendieran souvenires con forma de dedo, para usar de llavero o colgar del espejito del auto.

Nos fuimos de Ávila con las manos adentro de los bolsillos y al rato llegamos a Segovia. Lo primero que se ve de lejos es la cúpula de la catedral, que la llaman 'la dama de las catedrales españolas' ya que, según dicen, de lejos parece una dama con un amplio vestido. A mi no me pareció, pero no quise contradecir una opinión tan antigua y generalizada. Después se ve el Alcázar, que parece el castillo de Disneylandia, y dicen que el finado Disney se inspiró en él para su castillo. Después vimos el famoso acueducto romano, una serie de arcos de piedra que alcanzan una gran altura y sobre los que pasa una canaleta que llevaba el agua de un apunta de la cuidad a la otra. También vimos la catedral por dentro, donde el guía se tiró hablando como una hora, todo para intentarnos convencer de que compráramos un libro, que al final vino a confesar que lo escribió él mismo, superando todas las bromas que estábamos haciendo nosotros al respecto. Después nos llevó a conocer el Alcázar por dentro, que está todo reconstruido porque un incendio no dejó nada, y tuvieron que volver a redecorar todo como era antes. Por lo menos se veía nuevito. Desde las ventanas y balcones del Alcázar hay una vista espectacular de todos los alrededores de Segovia, donde no dejan levantar ni un puesto de panchos para que la vista sea igual que en la edad media. Desde ahí se veía también un viejo convento templario, pero que lamentablemente no estaba incluido en la visita, según dicen por falta de tiempo, pero más bien debe ser para no poner en peligro el Secreto de la Orden.

Con esto terminó la vuelta, así que nos subieron al micro y nos dejaron de vuelta en casita, donde volví a encontrarme con el mismo desorden que había dejado a la mañana, ya que el mantenimiento del hogar, que empezó siendo una divertida novedad, termino por convertirse en una rutina insoportable, lo que a la larga, está comprometiendo gravemente la habitabilidad del lugar.

Bueno, eso es todo por ahora,
un abrazo a todos y hasta pronto,

Diego.