jueves, 25 de noviembre de 2010

Crónicas neoyorkinas



Atención pido al silencio, y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a mostrarles que a mi historia le faltaba lo mejor. (Esto es para que no vengan ahora con que me abacané por haber pateado la Quinta Avenida de arriba a abajo y oteado el contorno de Manhattan desde la punta del Rockefeller Center. Yo no me olvido de mi background.)

Pues bien, arribé a la ciudad de Nueva York el sábado por la tarde, y me dirigí derecho al hotel que había reservado, mediante el metro. Hay que aclarar que si en Boston viví por unos días el American way of life, en Nueva York lo cambié por el American Immigrant way of surviving. Cambié el Toyota Camry por el metro y el lujoso Hampton Inn por un alojamiento que yo mismo en mal momento elegí, que ni hotel se le puede llamar y que tenía como únicas ventajas que era barato y que estaba ubicado en Little Italy, barrio que me interesaba especialmente recorrer ya que una de mis principales motivaciones de estar allí era visitar personalmente algunas de las locaciones más famosas de la película El Padrino. Así que sobre el hotel no hablaré más para no amargarles la vida, baste decir que al lado suyo, el aguantadero en el que se escondía Clemenza durante la guerra de las cinco familias era un penthouse. Ese mismo día no hice mucho porque al llegar ya estaba anocheciendo, así que sólo fui a caminar un poco por el barrio a ver qué encontraba. Pasé por el 128 de la calle Mott y contemplé el edificio Mietz, donde funcionó en un principio la Genco Olive Oil Company. Estuve tentado de comprar unas naranjas en los típicos puestos callejeros, pero temí la desgracia. Seguí entonces caminando hacia arriba por la calle Mulberry y visité la vieja Iglesia de Saint Patrick, donde fue bautizado Michael Rizzi Corleone. Después volví a bajar por la calle Elizabeth, por donde se hacía una famosa procesión religiosa, y hasta creo que identifiqué la puerta contra la que mataron a Joey Zasa desde un caballo. Después de tan emotiva recorrida, volví al “hotel”, y me apresté para dirigirme a una milonga que se hacía esa noche cerca del Madison Square Park a ver si en una de esas me encontraba a Mary, Peggy, Betty y Julie. Las rubias no estaban, pero la milonga no resultó del todo mal.


Al otro día domingo, me desperté por primera vez en la ciudad que nunca duerme, me calcé mis zapatos vagabundos y me lancé a recorrer. Primero intenté ir a desayunar y me costó sobremanera encontrar algo como la gente, ya que todo traía huevos, jamón y chorizos a la sidra, y, aún para mí, para esa hora era mucho decir. A la salida de ahí me interceptaron unos señores de tez tiznada que ofrecían paseos en buses por toda la ciudad y, como yo ya estaba buscando algo así, acepté uno de los paquetes más completos a cambio de una cuantiosa suma de dinero. Lamentablemente no tuve tiempo de hacer todo, pero igual valió la pena. Primero me subí a uno que encaró para el “downtown” e iba guiado por un tipo parecido a Woody Allen, a cuya dificultad para entenderlo se sumaba que iba comiendo un sánguche. Primero pasó por la zona de los teatros, el Carnegie Hall y El Savannah Hotel, donde mataron a Carmine Cuneo en una de sus puertas giratorias. Después pasó por el Empire State (pero no valía la pena subirse porque había mucha cola y a mí no me sobraba tanto el tiempo) y tras cartón agarró para la zona del Soho, el Barrio Chino, Wall Street, y pegando la vuelta pasó por abajo del puente de Brooklyn, la sede de las Naciones Unidas, etc. hasta que llegó al Rockefeller Center, ahí me bajé un rato a estirar las piernas, y por otra importante suma de dinero, conseguí entradas para subir. La primera sorpresa fue encontrar exhibida en la planta baja una foto de Gardel. Al edificio se sube en ascensor hasta el piso 67 y después por escalera hasta el 68 y 69. La vista desde ahí arriba es muy buena, se ve lo que se dice toda la cuidad y no se puede evitar exclamar, como lo hiciera el susodicho, “Look! New York!”.

En saliendo de ahí, y ya que andaba cerca, me fui para el Museo de Arte Moderno (MoMA). Hay que decir que muchas de las obras expuestas tienen más de moderno que de arte, pero la cosa empezó a mejorar en el quinto piso donde hay muchas obras de Picasso, Matisse, Rousseau y otros artistas con doble s en sus apellidos. A la salida tenía que pasar al baño, pero me abstuve por miedo a terminar orinando una obra de Duchamp.


El resto de la tarde me la pasé caminando por donde más me parecía. Al llegar a la 5ª avenida y la 42, como ya estaba empezando a refrescar a esa hora de la tarde, temí la ola de frío y me refugié en la Biblioteca Pública de Nueva York, ya que aseguran que es el lugar mejor preparado para esas emergencias. Después de ahí ya fui rumbeando para el hotel, a tiempo de prepararme para el bailongo de los domingos que se hace en el Manhattan Ballroom Dance. Era un lindo lugar, y en general estaba mejor que la del día anterior, aunque todas las milongas que había conocido hasta ese momento, tanto en NY como en Boston tienen la desventaja de que carecen de barra de bebidas, por lo que no hay posibilidades de tomarse un fernet como Dios manda. A lo sumo los organizadores llevan algunas bebidas y vasos plásticos que sirven por lo menos para aplacar la sed, pero no es lo mismo.


El día lunes traté de despertarme temprano y buscar un lugar donde desayunar como la gente. Me llamó la atención que ahí por el barrio italiano, si bien había muchos bares, la mayoría estaban cerrados a esa hora. Al fin encontré uno abierto y ahí al menos me pude clavar un café latte con un croissant enorme, que fue lo más parecido que encontré en toda Nueva York a un café con leche con medialunas. De ahí me fui para una de las paradas de estos buses turísticos, ya que todavía me quedaba recorrer el “uptown”. Me pasearon primero por Times Square, el Lincoln Center y el costado oeste del Central Park. Cuando vi los patos nadando en el lago no pude evitar pensar qué pasaba con los patos en invierno, cuando el lago se congela: ¿emigran por sus propios medios o los cargan en un camión y se los llevan a otro lado? Pasamos también por el Museo de Historia Natural, el edificio donde mataron a Lennon (esto en la vida real), y la Catedral de St. John el Divino, de la cual había oído decir que era la más grande del mundo. Ahí me bajé para mirarla un rato por adentro. Era en efecto bastante grande, aunque recuerdo otras catedrales que me impactaron más, tal vez por su decoración, quién sabe. Al salir me subí a otro bus que enderezó para el lado de Harlem, pasó por el teatro Apollo, el mercado del barrio, etc., y pegando la vuelta por el lado este del Central Park llegó al museo Guggenheim, que tiene una construcción muy curiosa en forma de espiral. Ahí también me bajé para ver la colección, que es sobre todo de artistas europeos del siglo XX. La intención era también ir al museo metropolitano, que está por ahí cerca, pero estaba cerrado ese día, entonces me volví a subir al bus para terminar el recorrido y así pude apreciar, sobre el lado sur del Central Park, la augusta figura de bronce del Libertador.


A la tarde, después de haber estado yirando un poco por ahí, me puse a revisar los tickets que me habían dado los morochos del bus y encontré que entre todo eso había uno para andar en barco; así que me fui para donde salía y, después de mandarme a bodega un sánguche de pollo con una cervecita, me subí a una especie de ferry que nos llevó a dar una vuelta de unas dos horas. Fue bueno poder contemplar la ciudad desde cierta distancia. Nos paseó por adelante de la estatua famosa, por abajo del puente de Brooklyn, y al fin pegó la vuelta para volver al punto de partida. Al llegar ya había anochecido redondamente, así que haciéndole caso a Duke Ellington, me tomé la línea A y me fui para el hotel.


Esa noche tuve otra grata sorpresa, ya que la milonga de Lafayette Grill se hacía en un bar y, si bien no conseguí fernet, por lo menos pude degustar un sabroso martini entre tanda y tanda y en grata compañía de gente conocida.


El martes era ya el último día y me levanté lo más temprano que me lo permitió mi estado físico, ya que el trajín de los últimos días había sido importante. Dejé el equipaje en el hotel y, ya más canchero, me fui a desayunar un café latte con dos sfogliatellas. De ahí me fui para el museo Metropolitano, al que no había podido entrar el día anterior. El museo ese es enorme, y tendría que haberlo visitado con más tiempo y en mejor estado, ya que yo iba casi arrastrándome por sus galerías. Tiene todo un sector dedicado al antiguo Egipto donde se montaron un templo entero que se trajeron de allá; otro greco-romano, lleno de estatuas y ánforas de figuras rojas y figuras negras; otro de Sudamérica; otro de Asia y Oceanía, y así. Después viene la parte de las pinturas, que las tiene de todo el mundo y todos los períodos. En la sala impresionista me pareció reconocer el Monet que se afana Pierce Brosnan en El Caso Thomas Crown. Me fui cuando era claro que el estado de mis pies no me dejaría seguir caminando mucho más. A la salida se me ocurrió dar un paseo en sulqui por el Central Park, pero me pareció muy ñoño, entonces agarré y me fui para el downtown, donde había lugares que todavía no había visto bien. No sé cómo hice pero jugándome el resto seguí caminando bastante por ahí. Anduve por el distrito financiero y pasé por el City Hall Park; de pronto me topé a mi derecha con la Supreme Court Courthouse, en cuyas escalinatas mataron a Emilio Barzini de dos balazos. Luego me fui acercando al barrio chino y también anduve por lugares que no había visto. Al fin, como ya era hora, fui enderezando para el hotel donde recogí el equipaje y me tomé el tren para el aeropuerto, donde sólo lamenté que no fuera el aeropuerto de Miami, si no también podría haber visto el lugar donde mataron a Hyman Roth y Rocco Lampone, pero bueno, no se puede todo en la vida.


El viaje de vuelta fue bastante tranquilo, sin tantos llantos, y con la ventaja del asiento de al lado desocupado, por lo que pude extenderme en forma cuasi-horizontal y dormir un poco, para llegar en mejor forma a disfrutar de esta hermosa primavera porteña.

Salute!

viernes, 19 de noviembre de 2010

Crónicas bostonianas

A pedido del público, y como no podía ser de otro modo, vuelven las infaltables crónicas, esta vez en formato facebook, ya que hay que estar a tono con los tiempos.


El pasado domingo, después de un largo y apacible viaje, o mejor dicho dos, sólo alterado por las quejas de una criatura que manifestaba insistentemente sus disconformidad a ser separado de la tierra que hace tan poco lo vio nacer, y cuyos padres parecían aplicar a rajatabla el método Ferber, arribé a la ciudad de Boston, que al igual que Tucumán, es considerada cuna de la independencia, aunque sin empanadas.

No más llegar me dirigí a la oficina de Hertz, ya que tenía reservado un auto de alquiler para movilizarme por acá. Ahí tuve que discutir con una empleada que no me quería reconocer mi licencia de conducir, por ser de provincia, pero finalmente ser rindió ante la evidencia. Me tocó un Toyota Camry color rojo, del cual me costó no poco desprenderme, y de hecho estuve pensando seriamente en cómo hacer para llevarlo rodando hasta Parque Patricios evadiendo los doce controles fronterizos. Aun así, los primeros minutos de esta relación fueron algo conflictivos, y me llevó cierto tiempo adaptarme. Reviví por momentos mi experiencia en Jordania con el recordado Salami, pero al final me acostumbré bastante pronto, y gracias a él y al valioso GPS conseguí llegar a sitios a los que nunca podría haber llegado de otra forma. No fue así, sin embargo, el primer viaje hacia el hotel. Parece que en la dirección que publican en internet estaba mal la localidad, y así fue que el GPS no encontró esa dirección. Yo tenía que ir al número 25 de una avenida, y me dejaba elegir sólo números del 400 al 500. Yo dije, ma’ sí, le clavo 400 y una vez ahí bajo hasta el 25 y pelito para la vieja. Craso error. Pronto me di cuenta de que las numeraciones acá están alejadas de todo sentido común. Pereciera que repartieron los números al tun-tun sin ningún orden ni concierto, así que después de dar varias vueltas por las inmediaciones tuve que reconocer, muy a mi pesar, que me hallaba extraviado. A todo esto, eran las cuatro y media de la tarde y comenzó a anochecer. La noche se cerró sobre un camino suburbano sólo rodeado por bosques, y alguna que otra cabaña cada tanto. Era el escenario ideal para que surgiera Jason cierra en mano. Hasta un lago había. Ahí recordé la vieja frase “preguntando se llega a Roma”, pero no supe bien de qué me valía, ya que mi intención no era dirigirme a Roma, por lo menos en ese momento, pero pronto me di cuenta de que si se podía llegar a Roma, lo mismo se podría intentar llegar a cualquier otro lado con solo cambiar el nombre del destino deseado al hacer la pregunta, y puse en práctica esa teoría en una estación de servicio que encontré. Para mi sorpresa, la teoría funcionó y a los pocos minutos ya estaba haciendo mi ingreso al hotel. Mi siguiente desafío fue conseguir algo para comer. En el hotel ya no servían porque sólo ofrecen desayuno, y en los alrededores no había más que bosques. Menos una construcción medianamente iluminada que se veía en la distancia y que daba la impresión de contener comida en su interior. Me dirigí raudo hacia allí, esperando encontrar aunque sea una hamburguesería, o algo así, y me topé con un cartel que decía “La casa de Pedro – latin cousine”. Me clavé, ni lerdo ni perezoso, unos medallones de cerdo con un preparado alrededor que parecía ser una fusión de la cocina de todas las regiones al sur del Río Grande. Aún así estaba sabroso, y después de eso, siendo recién las siete de la tarde, pero agotado por el viaje y acusando la falta de sueño por culpa de Ferber, me retiré al sobre.

Al otro día me apersoné, GPS mediante, al lugar donde tenía que tomar el curso, sin grandes dificultades, mitad porque era cerca y mitad porque se ve que acá sí la dirección estaba bien escrita. A la noche de ese día (la noche acá da comienzo a las cinco de la tarde) me dirigí a las instalaciones del MIT (Massachusetts Institute of Technology) no porque me moviera un interés científico sino porque me habían pasado el dato de que por ahí se hacía una práctica de tango. Encontré el edificio bastante fácil, pero no así la practica en sí. Después de recorrer varios pasillos y escaleras, me pareció reconocer el grave rezongar de los fuelles en la distancia. Hacia allí fui, y efectivamente, me encontré en un saloncito a un pequeño grupo de personas bailando tango. Sin embargo, grande fue mi sorpresa cuando nomás verme entrar me dijeron sin dudar: “No, acá no es. Es en el sexto piso”. Fui entonces al sexto piso, y ahí sí se estaba armando una práctica mucho más grande, que poco a poco se fue poblando de ansiosos bailarines.

Al otro día, martes, contrastando la información que yo ya tenía con la que me pasaron el lunes, me fui para el barrio de Cambridge. Primero me clavé unas croquetas de papa con una cerveza de no sé donde en la taberna Bukowsky y luego, ya satisfecho el apetito, hice presencia en la milonga de la Lylipad Gallery, que era un lugar de reducidas dimensiones aunque bastante interesante, con la ventaja de que ya conocía a algunas personas, lo que me hacía sentirme ya casi parte del ambiente.

El miércoles, en cambio, enderecé para Somerville, que suena lejos pero es todo ahí adentro de Boston. Primero hice una parada en el pequeño restaurante Machu Picchu, donde di cuenta de unas brochetas de pollo a la huancaína con una cervecita Cuzqueña que sentó bastante bien; y luego me fui para la Dance Union, donde tenía lugar la milonga de los miércoles. Ahí había bastante gente, aunque hay que decir que las damas presentes ya no se cocían al primer hervor, por no decir que sus respectivas edades difícilmente se encontraran entre los números de la ruleta. Aún así me quedé un rato, porque en el fondo eran amables, y se preocuparon de presentarme a otras personas (sobre todo a otros argentinos, por alguna razón), y así, de presentación en presentación, se fue haciendo la hora de irse.

El jueves tocaba otra ven en el MIT, así que fui ya con más seguridad. Sin embargo, al llegar al lugar donde se había hecho la práctica el día lunes, me encontré con un grupo de personas bailando tango que nomás verme me dijeron: “No, acá no es. Hoy se hace en otro lado”, y a continuación me dieron una larga serie de indicaciones, en inglés, sobre cómo llegar. Por alguna razón, llegué. El salón este era mucho más grande que el del lunes y también había mucha más gente. La milonga se extendió hasta las once de la noche, hora en que ya es más que prudente retirarse a dormir, más no se les puede pedir. A la salida me invadió un apetito voraz, y ya estaba pensando en cómo hacer para encontrar comida a esas altas horas de la madrugada. Por suerte, como en el MIT está lleno de inventores, se ve que inventaron los locales que cierran tarde, y así fue que encontré un lugar que hacían burritos, y me clavé uno de cerdo. La vuelta de ese día fue un poco accidentada, porque el GPS se pegó un viaje y empezó meta mandarme por un túnel para acá, por un puente para allá, otra vez para el otro lado, vueltas en redondo, etc. (Cabe aclarar que durante todos estos días, gracias a deslindar responsabilidades en el GPS, yo nunca llegué a saber donde estaba parado). En una me quería hacer meter un una autopista con peaje. Me negué rotundamente a pagar peaje a la vuelta, siendo que no había pagado a la ida, y traté por todos los medio de evadir esa alternativa. La mejor solución que encontré fue alejarme de ahí lo más posible hasta que al tipo se le ocurriera diagramar otra ruta. En una me vi arriba de un puente que desembocó de pronto en un lugar muy parecido a Dock Sud. En un momento hasta se acercó uno a pedirme una moneda, haciendo con los dedos índice y pulgar el clásico gesto de un circulito. Lo dejé en una nube de polvo que todavía debe estar tosiendo y me alejé lo más rápido que pude. Cuando me pareció que el GPS había recobrado la cordura, le volví a hacer caso, y así finalmente llegué al apacible hotel.

El viernes ya tuve día libre, así que me dediqué a recorrer un poco. Fui primero al museo de ciencias, que estaba muy bueno pero me habría gustado más visitarlo hace quince o veinte años. Después hice el Camino de la Libertad, que es un recorrido a pie por el centro de Boston con una guía que va relatando sucesos históricos de interés. A la salida de ahí fui otra vez para el MIT, pero no a una milonga, si no al pequeño museo que tienen, donde exhiben prototipos de robots, inventos raros, y otras cosas por el estilo. Después intenté ir al Museo de Bellas Artes, pero por alguna razón ese día cerraba temprano y ya se estaban yendo todos, así que me salve de pagar el precio exorbitante que exigían como entrada. Al anochecer, después de un baño reparador, me fui para el barrio de Medford, a una milonga que estaba bastante bien, y creo que fue en suma la mejor que conocí acá.

Al otro día ya no tenía mucho tiempo de hacer nada porque el vuelo a New York salía al mediodía, todavía tenía que devolver el auto, y no quería andar a las apuradas. Así que desayuné y me dispuse a comenzar a escribir la presente crónica que aquí llega elegantemente a su fin.

Salute!

viernes, 26 de marzo de 2004

Crónicas holandesas

Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.
Bertolt Brecht


There is a fine line between travelling
and becoming a monster.

Cucamonga Dance


Salute Garibaldi!

Pues acá estoy ya, en las naranjadas tierras holandesas, aunque bastante enverdecidas tanto por la Heineken como por las hierbas humeantes.

Los últimos días en París me la pasé aguantando al francés loco, a Pedro Mármol (alias Heidi) y al egipcio que no se parece a nadie, preparando este trabajo de Holanda; pero alternándolo, por suerte, con las consabidas milongas y eventuales salidas con Marisco y Cadorna.

Salí para Amsterdam el lunes al mediodía. En el aeropuerto me encontré con el egipcio (que pasaba caminando de perfil) porque viajábamos juntos, ya que el loco viajaba más tarde y Heidi (alias Pepé le Pew) directamente no viajaba. Ya cuando vi en el pasaje que el avión era un Fokker 70, me imaginé que iba a tener problemas con el equipaje, y es que después de dos meses de estar yirando por distintas latitudes y longitudes, más los materiales que tuve que traer, llevo más peso encima que el titán Atlas. En efecto, el pasaje permitía solamente 20 Kg de equipaje, y yo debía tener unos 50 Kg, distribuidos en cuatro bultos, sin contar el quinto (o sea, en total 50,5 Kg). Por suerte, como lo más pesado lo llevaba encima (me refiero al equipaje de mano), sólo tuve que pagar 10 Kg de sobrepeso.

Cuando llegamos a Amsterdam con el egipcio (que de a poco se está empezando a parecer al actor Roly Serrano) no nos quedamos ahí sino que salimos en tren para La Haya, alias La Haye, alias The Hague, alias Den Haag (por cierto, en los días previos, escuche y leí todos estos nombres sin saber dónde iba a tener que ir en realidad, para venir a enterarme, poco antes de enloquecer, que todas estas ciudades eran una y la misma). Al llegar a La Haya intentamos tomar un taxi, pero en plena Estación Central no encontramos ninguno (todo para confirmar mi teoría de que el grado de desarrollo de un país se mide de manera inversamente proporcional a la cantidad de taxis en circulación), así que nos tuvimos que ir a pié, yo arrastrando los 50 Kg, hasta el hotel, que no quedaba muy lejos pero tampoco lo que se dice al lado. La simpática secretaria de Alcatel nos había hecho reservas en este hotel por 122 euros la noche, por lo que convinimos en compartir habitación, total era sólo por una noche, de manera que nos salió solamente unos 70 euros por persona (una pichincha). Después de instalarnos, yo salí a dar una vuelta, el egipcio sacó a pasear al buey Apis, y más tarde quedamos para cenar, después de lo cual ya nos fuimos a dormir. Antes de acostarse, el egipcio se sometió a un curioso tratamiento consistente en impregnar largas tiras de lienzo en una solución de resina y enroscárselas alrededor del cuerpo. Yo me comencé a inquietar un poco y le pregunté si también pensaba extraerse el cerebro y las vísceras, pero me tranquilizó diciendo: "No, yo uso el método del doctor Ara", dicho lo cual, abrió un pequeño ataché que llevaba lleno de frasquitos de colores y se inyectó unas cuantas substancias en distintas partes del cuerpo. Lo último fue cubrirse el rostro con una máscara dorada, quedando así listo para un sueño eterno de aproximadamente ocho horas.

Al otro día por la mañana fuimos a una reunión con el cliente y por la tarde partimos en tren rumbo a Arnhem, donde más tarde nos encontramos con el francés loco para los trabajos de esa noche. Es curioso notar como un francoparlante condesciende a utilizar otro idioma ante un interlocutor que no lo sea, pero cuando se juntan dos o más francoparlantes (aunque lo sean por adopción) el idioma pasa a ser inmediatamente el francés, y el que no entienda, que se joda. Esta circunstancia se ha venido dando invariablemente en cenas, viajes e incluso en el trabajo (donde se supone que lo mejor es que todos entendamos lo que se está haciendo) y uno puede preguntar dos, tres veces, pero después ya pasa. Sólo me consuela pensar que pronto no los voy a ver más.

Después de dos días en este trance, partimos temprano en tren rumbo a Amsterdam. Por suerte, tuve la previsión de preparar el equipo, así que fui amenizando el viaje con unos ricos mates, oyendo de fondo una conversación en francés, mientras el tren discurría paralelo a un río que por momentos parecía el río Luján.

Al llegar a Amsterdam me despedí del loco y de Roly Serrano, que siguieron cada uno su rumbo, les di saludos para Pepé le Pew (alias "Caballeros"), me alojé en un hotel y me dediqué a conocer un poco la ciudad, que está mucho mejor que las dos anteriores, que parecían hechas con Rasti. La verdad que tanto La Haya como Arnhem son ciudades muy frías e impersonales, no se cómo hacen sus habitantes para vivir ahí, pobre gente. Por suerte Amsterdam es distinta, parece una ciudad mucho más viva. Llegué el jueves de la semana pasada al mediodía, y como recién tenía que ir a trabajar martes y miércoles por la noche, tenía unos días libres que ocupé visitando museos de día y milongas de noche. El primer día, aprovechando mi estado de ánimo cercano a la euforia, fui a visitar la casa de Ana Frank, que está bastante pelada. Yo pensé que estaría más ambientada con muebles y objetos originales, pero no, hay más que nada documentos, audiovisuales, citas del dario y cosas por el estilo.

El viernes fui primero al museo Rijks, que tiene obras clásicas de Rembrandt, Vermmer, etc.; después al museo Van Gogh, que como es previsible tiene obras de Van Gogh; y por último a la Heineken Experience, que fue por lejos, el mejor de los tres lugares; encima la entrada incluía tres cervezas y un vaso de regalo, mientras que en los otros museos me largaron seco. Por la noche me fui a la práctica que organiza la Academia de Tango, que no era gran cosa, pero algo es algo.

El sábado fui a la casa de Rembrandt, que tiene cuadros de cualquiera menos de Rembrandt, pero que está ambientada como lo estaba en el siglo XVII, gracias a un inventario que le hicieron una vez a Rembrandt y alguien encontró. Depués dormí la siesta y por la noche me fui otra vez a la Academia de Tango, donde se hacía un baile un poco mejor que el del día anterior, aunque se ve que tampoco quisieron exagerar mucho.

El domingo fui al museo marítimo, que está lleno de barquitos de madera y un par de brújulas, cuadrantes y astrolabios. Después intenté ir al museo de arte moderno Stedelijk, pero no lo encontré, así que finalmente, por la tarde fui a otra milonga que resultó ser apenas un poco peor que las anteriores.

El lunes ya me encontré sin nada que hacer en absoluto, fui a buscar la ropa que había dejado para lavar, a comer y a chequear los mails. Por la noche sí, tuve la suerte de encontrar una milonga en donde, aunque había poca gente, me pude dar el gusto de bailar bien y bastante, así que, al menos en ese aspecto, quedé conforme.

El martes era el gran día programado para el trabajo, así que de día descansé y a la tarde me tomé el tren con tiempo para llegar cómodo a la central, que quedaba un poco lejos. Ahí esperé un rato hasta que apareció el francés loco, más loco que nunca porque encima estaba como entusiasta, no sé por qué. Esperamos un rato, chupando frío, pero no llegaba nadie del cliente. Al final se nos ocurre llamar por teléfono al que se suponía que tenía que venir y nos comunica, muy fresco, que no venía porque el trabajo para esa noche se había suspendido. Puteamos un poco y nos volvimos. Después de mucho pensar en qué ocupar esa noche, sin nada que hacer y sin sueño, tuve una idea genial: Ir a la milonga. Y la pegué, porque fui a una que fue la mejor de todas, así que me la pasé pipa.

Al día siguiente me la pasé todo el día comunicándome por teléfono y por mail con todo el mundo para ver si finalmente se hacía el trabajo esa noche o qué. Después de varias horas de incertidumbre y de numerosas llamados, llegó la noticia de las noticias: El trabajo se suspendía por tiempo indefinido. Lo primero que temí en ese momento fue que esto significara que también mi estadía se prolongaba por tiempo indefinido, pero inmediatamente llegó la segunda noticia de las noticias: Me podía volver ya mismo. Esto me tranquilizó bastante y hasta tuve la acertada idea de adelantar el pasaje a Paris del viernes para el jueves, ya que Amsterdam será una ciudad muy linda pero tiene el gran defecto de no tener milongas los días jueves, y Paris sí, así que ni hablar.

En fin, así son las cosas. En conclusión, me pasé una semana en Amsterdam con el sólo fin de ir a bailar todas las noches y recorrer algún que otro museo.

Bueno, nos vemos en la próxima crónica, si es que la hay, porque mi vuelta ya está cerca.

Saludos para todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 15 de marzo de 2004

Cónicas parisinas III

Tantas veces,
me ha dolido algún lugar que se parece
y he deseado tantas otras,
muchas veces,
no existiese tal dolor.

Eladia Blázquez

Salute a la barra,

Encaro esta nueva crónica un poco con la mentada angustia lacaniana de la página en blanco, ya que no creo que tenga demasiadas cosas interesantes que contar, al menos comparándolo con las sólo para ustedes divertidas experiencias jordanas. Aún así, haré el intento, tratando de superar, además, la flaqueza de la memoria, ya que he acumulado dos fines de semana sin reportar actividad alguna.

Las últimas horas en Jordania fueron aún escenario de algunos sucesos dignos de mención. Sakala se había pasado toda la semana diciéndome que antes de irme tenía que conocer Dixi, que no me podía perder Dixi, que no se me ocurriera irme sin conocer Dixi (así con esa insistencia). Yo pensé que sería alguna ciudad cercana, pero después de mis errantes periplos por Amman, no tenía ganas de perderme en una ciudad nueva, y no le daba pelota. El último día, viendo que ya me iba sin conocer Dixi, Sasaki se empezó a desesperar, al punto de tomar papel y lápiz y hacerme en el acto uno de sus ya famosos planos. Recién cuando lo vi escrito, entendí que lo que Sumuva había querido decir todo el tiempo era Dead Sea. Ahí me empecé a interesar un poco más, y presté atención. Finalmente, me fui con el plano abajo del brazo dispuesto a conocer Dixi, aprovechando mis últimas horas libres. No sé si habrá sido culpa del plano, de la deficiente señalización vial de Amman, o de mi tozuda ineptitud, pero en un primer intento aparecí en el aeropuerto. Pensé ya en quedarme, por las horas que faltaban…, pero no me había traído el equipaje. Volví entonces a Amman y en un segundo intento, sí encontré el camino correcto. Después de varios kilómetros y unos cuantos controles militares, llegué por fin al Mar Muerto, que estaba envuelto en una espesa neblina, por lo que no se podía admirar mucho el paisaje. En la playa y entre la neblina, me pareció distinguir a varios árabes que tenían en sus manos la base de una lámpara de pie, sin la pantalla, y soplaban por el cable. Me extrañó mucho esta actividad, pero enseguida me di cuenta de que estarían fumando narguile, y ahí los dejé. Vi también pasar algunos camellos, que estarían para sacarse fotos, y varios grupos de personas en distintas actividades recreativas. Después de un rato de contemplar esta bucólica estampa costumbrista, me di vuelta y me fui.

Al llegar a Amman, empaqué mis cosas, devolví el coche y el teléfono, me despedí de Sakoa, espero que para siempre, y me dirigí nuevamente al aeropuerto, pero ahora con la seguridad de ser conducido por un taxista. Así, después de algunas horas cortando el celofán de un cielo tropical, llegué a Paris, donde el clima ya no era muy tropical que digamos, a juzgar por la nieve que caía. Llegué muy temprano por la mañana, así que hice un poco de tiempo por el CDG antes de ir al hotel. Me lo encontré al amigo Baragatta, que se estaba yendo y después de un rato, me tomé el tren para el trocén.

Ese sábado, después de dormir lo necesario, me fui a pasear un poco por el centro. La verdad que ya no recuerdo bien lo que hice. Me parece que de entrada anduve un poco por Saint Germain des-Prés y después me fui caminando hasta el Pompidou, donde admiré la muestra permanente de arte moderno que allí se expone. Tras cartón ya me fui a cambiar porque no podía perder más tiempo antes de ir a la milonguita del sábado, actividad de la que me vi privado durante ocho largos días y que desde entonces vengo desarrollando con grata continuidad, con la sola excepción del último sábado.

El domingo me fui tempranito (esto significa simplemente antes del mediodía) para Montmartre, donde ya había estado pero me había perdido el pintoresco barrio de los artistas, donde todos exponen sus cuadros en una plaza y donde hay también un lindo circuito de bares y restaurantes. Después de dar unas vueltas por ahí me fui a comer al restaurante Le Consulat, donde había un mozo pelado que caminaba todo el tiempo con paso de garza, y luego me fui a ver un museíto de Dalí que hay por ahí cerca. El barrio ese está muy bueno, incluso la parte que no es turística tiene su pinta. Después ya me volví, porque me estaban doliendo los pies de tanto caminar y tenía que reservarme para la noche.

Con esto del dolor de pies tengo un problema, porque aún después de una semana de reposo absoluto en Amman, en cuanto me calcé los zapatos la primer noche, los dolores estaban ahí, como esperando. Ahora lo que estoy haciendo es usar otros zapatos que me traje, que duelen más que los primeros, pero por lo menos son unos dolores distintos, y así, aunque sufro más de los dolores nuevos, descanso de los dolores viejos.

La semana pasada transcurrió sin mayor novedad, entre el trabajo y el dancín. En el trabajo me pusieron a trabajar con un francés que está totalmente loco, que trata de explicarme cosas pero no hay quién lo siga, porque es un muy disperso. Encima, cada tanto aparece otro francés parecido a Pablo Mármol, con el que se ponen a hablar en francés delante de mi, y a veces noto que me nombran, me miran e incluso hasta me señalan, para despejar toda duda de que se están refiriendo a mi. Sólo falta que se caguen de risa. Ahora, esta semana, se agregó también un egipcio, pero que, lamentablemente para la riqueza de estas crónicas, no se parece a nadie.

El último sábado volvió a hacer su incursión en esta ciudad el ya mencionado en estas crónicas Ramón "Venjo-del-Poble" de Paz, quien se vino rodeado de sus familiares y amigos, que así se mueven los pagesos. Con ellos quedamos en encontrarnos en Montmartre, y nos fuimos a andar un poco por sus pintorescas callecitas. Cuando nos cansamos, nos metimos en el bar de Amelie Poulain, para no ser menos que el resto de los turistas. Amelie no estaba, pero igual nos quedamos un rato y hasta no nos resistimos a la tentación de vistar el baño del establecimiento, donde tiene lugar una recordada escena de la película. Después nos fuimos a cenar a un lugar fetén fetén y ya nos volvimos cada uno a su covacha, antes de que el metro de por finalizado su servicio diario y nos deje de araca.

El domingo no tenía un plan concreto, y como dicen que el ocio es el padre de todos los vicios, aunque no quería, me sentí arrastrado por una fuerza interna e incontrolable hasta que me vi, por segunda vez en mi vida, en el claustro del Conservatoire de Arts et Mètiers, donde volví a sentir en plenitud el éxtasis místico de contemplar el grave oscilar del Péndulo bajo la cúpula de la Chapelle. El resto del día, sobre todo comparado con lo anterior, no fue muy emocionante que digamos. Estuve yirando erráticamente por distintos barrios de Paris, hasta que finalmente me perdí (pero ahora a pie). Por suerte volví a encontrar el rumbo y logré llegar al hotel, aunque un poco maltrecho de tanta caminata, al punto de que esa noche me la vi fulera en la milonga, pero bueno, en mejores condiciones me vieron los salones.

En fin, estos fueron los sucesos de los últimos días, carentes tal vez de algún que otro detalle que no ha sabido retener mi flaca memoria. Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, la formación de Racing del año '87.

Saludos a todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 8 de marzo de 2004

Crónicas jordanas II

Quien diga que no hay querencia
que le pregunte a la ausencia.


Buena tarde,
Prosigo el relato de mis hazañas donde lo dejara la vez pasada. A la mañana siguiente de mi primera noche en Amman me pasó a buscar Omar Sharif(1) a las 8:30 de la mañana para ir a una reunión con los de Jordan Telecom. Era domingo, pero estos infieles no respetan el día del Señor y hasta son capaces de comer asados en Semana Santa. El camino era bastante largo, Telecom queda un poco en las afueras, por donde el Diablo perdió el poncho. Yo ya me estaba haciendo un poco de problema, porque ya me habían adelantado que me iban a dar un coche para usar, así que ya veía que la próxima me las iba a tener que arreglar yo sólo para encontrar el camino entre tantas autopistas, puentes y cruces todos iguales. Intenté retener toda la información que pude pero, al llegar, me di cuenta de que estaba en blanco. Igual pasé el día ahí con los de Telecom y a la vuelta me tomé un taxi, con otro taxista árabe, para ir hasta la oficina de Alcatel. Ahí me dieron el coche y un teléfono móvil para usar. Al coche había que cargarle combustible y Salama me explicó, a su manera, como llegar hasta la estación de servicio, y me fui. Nomás subir al coche, noté una particularidad en la palanca de cambios: no tenía la clásica disposición en H, como todo el mundo conoce, sino que era lineal; y, para aumentar mi asombro, las posiciones se denominaban: P - R - N - D - 2 - 1. Me acordé de Homero Simpson cuando se compra un auto usado y las posiciones venían todas en letras rusas, y cuando le pregunta al vendedor de qué país era ese coche éste le contesta: "ya no existe". Lo siguiente que intenté hacer fue pisar el embrague para probar los cambios, pero estaba muy duro y tanteando con los pies, me pareció notar otra anormalidad, por lo que me incliné a mirar y me volví a sorprender cuando conté sólo dos pedales. Ahí sí me di cuenta casi al instante de que se trataba de un coche automático, así que me dispuse a experimentar, a ver si conseguía manejarlo. La palanca de cambios estaba en P, por lo que supuse que ese sería el punto muerto. Se me ocurrió que lo más lógico era empezar por el 1, así que puse el coche en marcha y llevé la palanca a la posición 1. Sin hacer yo nada más se empezó a mover. Pisé el acelerador y se movió más rápido. El problema fue cuando quise frenar. Me llevó varios topetazos, y unas cuantas puteadas en árabe de mis vecinos de atrás, reprimir el reflejo de pisar el embrague antes de frenar, con el resultado de que, en realidad, estaba pisando el freno y clavándome en seco para sorpresa de todos. Al final ya me hice a la idea de que el pié izquierdo, no sólo era inútil, sino que lo mejor era que no estuviera, y lo doblé abajo del asiento lo más que pude. Sólo era cuestión de arreglárselas con el derecho para acelerar y frenar. Cuando conseguí una velocidad adecuada, lo puse en 2, y así fui andando bastante bien(2) . Después de un rato de andar, siguiendo las indicaciones de Selene, no sólo no encontré la estación de servicio sino que comprendí que me hallaba perdido. Es que acá hay calles, rutas y avenidas casi todas curvas, que suben y bajan y si la cagás es casi imposible retomar por donde venías. Después de mucho andar (temiendo todo el tiempo que se me acabara el combustible y cómo hago acá para llamar al ACA) y preguntar a varios árabes, llegué, al menos, a la oficina de Alcatel. Donde le pedí a Semele explicaciones más precisas, después de las cuáles sí conseguí llegar por fin a la mentada estación. A la vuelta ya no me importaba tanto perderme porque igual no corría el riesgo de quedarme varado, así que me lo tomé con más calma y, después de varios rodeos, finalmente llegué.

Al otro día tenía que volver a Telecom, ya por mis propios medios, y no podía dejar de pensar que si me perdí para encontrar una cutre estación de servicio, me podía llegar a perder de por vida intentando llegar a Telecom. Por suerte, como primero tenía que pasar por Alcatel, Samala me dijo que lo siguiera que él iba para ahí. O no tanta suerte, porque después me di cuenta que agarró por un camino completamente distinto al que había hecho con Omar Sharif, lo que terminó por desorientarme por completo. La cuestión fue que salimos juntos de Alcatel y yo debería seguirlo. Fue no más subirme al coche, ponerme el cinturón y, cuando miré para adelante, ya no había ni rastros de Sasasa. Ni la nube de polvo quedaba. Me apuré todo lo que pude, doblando en un par de calles medio por instinto y, al salir a una principal, allá lo vi, chiquito en la distancia y perdiéndose detrás de una loma. Ahí me jugué, puse la palanca en la D y le metí a fondo, pero no era fácil, el guacho parecía que quería perderme a propósito y se escabullía entre micros y camiones. En un momento llegué a dudar de si lo estaba siguiendo a él o a otro coche, pero al fin llegamos. La cuestión fue que con tanto apuro y preocupación en no perderlo, no pude atender al camino, y así fue que estaba otra vez ignorante por completo sobre cómo llegar hasta ahí.

Después de pasar el día en Telecom, llegó el momento de volver al hotel, sólo que tampoco sabía cómo hacerlo. Le pregunté a algunos de los telecómicos árabes que estaban ahí y tampoco lo tenían muy claro, hasta que apareció uno parecido a Horacio Salgán que me dijo que él iba para allá y que si lo llevaba me indicaba. Nos fuimos despacito, como quien dice a fuego lento, y así llegamos.

Al otro día ya no había vueltas, tenía que llegar yo sólo a Telecom. Pasé por le de Salaza, como quien no quiere la cosa, con la excusa de que me tenía que dar el cargador para el teléfono (que era cierto, pero tampoco era tan urgente) y gracias a Alá, me preguntó si estaba seguro de cómo llegar. Le contesté con toda franqueza con un No rotundo y entonces se aplicó a hacerme en una hoja un bosquejo del camino a recorrer, que, según él, era muy fácil(3) . Me comenzó a dar un poco de desconfianza que mientras él dibujaba, yo mismo tenía que ir haciéndole ciertas correcciones, que él aceptaba sin chistar, por lo que el dibujo quedó pronto lleno de borrones y tachaduras. Así y todo, era lo mejor que tenía, y con eso me fui, sintiéndome un poco más seguro; después de todo, entre el bosquejo de Saluzi y el vago recuerdo del vertiginoso viaje del día anterior, algo iba a poder hacer. Sin embargo, al poco de salir, me di cuenta de que ambas cosas, bosquejo y recuerdo, diferían en puntos sustanciales, como ser, por ejemplo, si doblar a la izquierda o a la derecha. No sabiendo de qué desconfiar más, no me quedó otra que ir probando, y así, después de algunas horas, llegué por fin a Telecom.

Y más me valía que ahora sí hubiera aprendido bien, porque esa noche tenía que ir a hacer el trabajo por el que vine hasta acá, y si no llegaba, ahí si que se armaba. Salí con más de una hora de adelanto, por si me perdía, pero llegué bastante directo, así que tuve que esperar en la puerta, ante la mirada atenta y desconfiada de un agente de seguridad árabe que no hacía más que pasarse por delante de mí todo el tiempo y hacerme preguntas en árabe que yo le respondía en español, para que se jodiera él también. Al final, llegaron los de Telecom, con Horacio Salgán y todo, y estuvimos trabajando toda la noche y parte de la mañana, sin privarnos de algunas interesantes complicaciones que mantuvieron animada la noche. Por último, y como diría LMV, nos retiramos de la central con todos los sistemas estables a las 8:00 am.

Al otro día ni aparecí por la central, me levanté al mediodía y me fui a dar unas vueltas con el coche, a perderme pero con tiempo, a ver qué veía. Así llegué a un anfiteatro romano, que dicen que es uno de los mejor conservados del mundo. A lo lejos, sobre una loma, se veían también las ruinas de un templo romano que me habían comentado, pero nunca conseguí llegar hasta ahí. Las calles parecía que iban para ahí pero después se iban doblando de a poco, sin que uno lo notara, de manera que uno terminaba en otro lado, viendo el templo siempre a lo lejos. No sé si alguien habrá llegado alguna vez ahí, pero debe ser, porque he visto algunas fotos sacadas de cerca. También vi de lejos un par de iglesitas católicas, que desentonaban un poco entre tanta mezquita, pero tampoco conseguí alcanzarlas. Al final me cansé de dar vueltas y me volví al hotel, donde pasé el resto del día leyendo y durmiendo, que son, por lo que he visto hasta ahora, las dos actividades más practicadas en Amman.

El jueves pasó sin pena ni gloria y hoy viernes es feriado, (parece que tienen un corrimiento de dos días acá). Igual pedí por favor que me dejaran venir a Telecom, así por lo menos puedo mandar algunos mails y boludear un poco en internet, ya que recién viajo de vuelta a Paris a última hora.

El resto del día lo dedicaré a perderme un poco más por las calles y rutas jordanas, a despedirme de Senasa y Omar Sharif y a preparar mi vuelta a la ciudad luz, pensando ya en irrumpir en la milonguita del sábado, después de ocho días de abstinencia.

Bueno, saludos a todos y hasta pronto,

Diego.
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1 Según me enteré más tarde, Omar Sharif es el Jefe de Relaciones públicas de Alcatel Jordania. Jefe de nadie, porque, que yo sepa, ahí están nada más que él, Salumi, y una mujer con pañuelo en la cabeza que no se sabe lo que hace. Al Gran Wyoming no lo volví a ver, así que no cuenta.

2 Más tarde seguí experimentando y descubrí que R es la reversa, como era de prever, y también probé de ponerlo en D, que en alta velocidad funciona bien pero se comienza a achanchar un poco y hay que volver a 2. Sin embargo, todavía nunca me animé a ponerlo en N, y es que la N viene como inscripta dentro de un cuadrado, que no sé lo que significa, pero esa diferenciación me genera un poco de desconfianza.

3 Susuki es una persona muy graciosa, si no fuera porque esa manera de ser tiene a menudo consecuencias perniciosas para uno; pero si uno pudiera abstraerse de esto y mirarlo desde otro un punto de vista, se lo pasaría a lo grande en su presencia. Es muy atropellado y para él siempre está todo bien. El día que no le funcionaba la red en su oficina probaba mil y una soluciones distintas, y encaraba cada una con tanto entusiasmo como si estuviera seguro de que esa sería la solución definitiva. Sus frases favoritas son "don´t worry", "It´s okey", "It´s easy"; aunque cualquiera pueda ver claramente que la realidad dice muy otra cosa.

lunes, 1 de marzo de 2004

Crónicas jordanas I

Hemos de tratar de ser felices,
aunque sólo sea por poner el ejemplo.
Jacques Prévert

La nostalgia ya no es lo que era.
Peter de Vries.


Buenas y Santas,
(saludo subversivo en tierra de infieles)

Acá estoy, ya instalado en Amman, Jordania, antigua capital del imperio de Rabbat Ammon, hacia el 1200 A.C. O eso al menos fue lo que entendí de un folleto que está en francés.

Mis últimos días à Paris transcurrieron más o menos como siempre. El martes por la noche me encontré con el célebre Ramón de Paz, al que muchos de ustedes no conocerán (y lo bien que hacen) pero otros no tendrán más remedio que reconocer que sí. Es un catalán que hace años se viene dando corte con que vive en París, para venir a enterarme yo ahora de que vive a tomar por culo de París, pasando el quinto pino al fondo, por el camino de tierra. Con él nos fuimos a comer unos lomitos con unas Quilmes por el boulevard Saint Germain y después a tomar unas sidras a un bar que conocía él. La pasamos muy bien, aunque no sé si habrá sido por el lomito, por la sidra o por la presencia de Ramón, pero algo me cayó mal y me desperté en la mitad de la noche medio descompuesto, con náuseas y otras incontinencias, que me tuvieron a mal traer durante todo el día. Tanto que el miércoles en el trabajo mi actividad diaria no fue mucho más allá de aportar mi modesta contribución para engrosar el caudal de la red cloacal de Velizy. Por suerte, gracias a Dios y a San Branca, a la vuelta del trabajo encontré un bar en el que tenían fernet, y me tomé la dosis medicinal de fernet puro que recomienda la OMS para estos casos, y santo remedio. Me sentí tan bien tan de inmediato, que no dudé en pedir ahí mismo un chocolate con churros rellenos y bañados, y me fui a dormir. A los 20 minutos volví al bar a tomarme otro fernet y, ahora sí, dormí toda la noche como un angelito.

Jueves y viernes discurrieron sin mayor novedad, entre el trabajo y las milongas. No se si será que me estoy entendiendo mejor, o que me estoy rodeando más de hispanoparlantes, pero ya no me siento tan incomunicado como al principio; además, desde que aprendí a decir ça va, lo digo todo el tiempo a todo el mundo y siempre queda bien. Se quedan contentos. El único problema es que ahora que me estaba empezando a acostumbrar el frío glacial, tras cartón, se le dio por empezar a nevar. No mucho, en realidad, tampoco da como para ir al trabajo en trineo, pero se ve todo el pasto blanco y, sobre todo, contribuye psicológicamente a sentir más frío. Ahora entiendo por qué terminaron como terminaron la Gauthier, la Pinsón y todas sus émulas, consumidas por la tuberculosis. En lugar de irse a Alta Gracia, con lo lindo que se pone.

Yo, por suerte, con la BCG estoy cubierto. Y es que para ir a Gabón me había dado tantas vacunas que quedan pocas enfermedades sobre la Tierra capaces de afectarme. Y cuando ya estaba convencido de ir a Gabón, a buscar, tal vez, los gérmenes del tango en las músicas tribales de la costa atlántica africana, me lo cambian por Jordania, donde por más que me rompa la cabeza no encuentro ninguna relación con el tango, como no sea la interpretación de Valentino de Laurence de Arabia. Entonces, ya que está, estoy pensando en buscar huellas de los templarios, que fueron fuertes por esta zona hace tiempo; o bien, dar con las tierras del mítico preste Juan, quien sabido es que gobierna un reino cristiano en algún lugar del oriente.

Por lo pronto, y para centrarnos en un plano algo más realista, llegué a Amman el sábado por la noche en un estado de tensa expectativa por lo que encontraría. Yo ya había hablado telefónicamente con un contacto de Alcatel acá, un tal Selami o Salami o Selame o algo así, quien me juró por la Virgen (tarde entendí su mordaz ironía) que me estaría esperando en el aeropuerto para conducirme sano y salvo al hotel que él mismo, tan diligentemente, me habría reservado. Ni bien bajar del avión, tuve que vérmelas con un maletero árabe, que fue tan solícito como insoportable, pero que resultó de gran utilidad para ayudarme con mi equipaje y otros menesteres, sin esperar ninguna retribución de mi parte más que una cuantiosa suma de dinero (según determiné más tarde a la luz de los cálculos efectuados). Al salir al hall del aeropuerto, tratando de sacudirme del maletero y de otros más que se iban apencando, no tardé demasiado en notar que no había ni rastros de Salame en varios kilómetros a la redonda. Por suerte tenía su teléfono y conseguí hablar con él (todo esto también con la inestimable ayuda del maletero a quien se lo notaba cada vez más contento y solícito). Salomé me dijo que lamentablemente había habido un malentendido y que él pensaba que llegaría el lunes, pero que no me preocupara y que me tomara un taxi a la sede de Alcatel a la dirección que él me iba a decir, y ahí nomás soltó una perorata que, para que se den una idea, me recordó al estribillo de aserejé. Sabiéndome incapaz de retener esa información y mucho menos de anotarla, no tuve más remedio que recurrir nuevamente al maletero, que casualmente estaba a mi lado discutiendo en árabe con otro maletero árabe, y quien, atento como siempre, dibujó en un papel una especie de guarda decorativa que sería mi único medio hacia un destino seguro. Muñido de esta documentación, me subí a un taxi, donde me recibió un taxista árabe, un viejito que seguramente habrá conocido los tiempos del profeta, a quien no hice más que mostrarle el papel, y salimos. Durante al camino hacia la ciudad fue todo bien, pero al llegar a Amman el hombre comenzó a mostrarse un poco desorientado, y lo confirmó cuando llegó a bajarse del coche (sin ánimo de exagerar) unas seis o siete veces para preguntar por la dirección a distintas personas a las que les mostraba mi papel (sin contar las veces que preguntó sin bajarse). Lo último fue entrar todos a una farmacia desde donde intentamos llamar a Solome, pero sin éxito. Por suerte ya estaríamos cerca, porque el farmacéutico árabe que atendía conocía Alcatel y diciendo algo como "majabi an de bugui an de buididipí", entendimos, más bien por los gestos, que era a la vuelta. Finalmente, dimos con la sede de Alcatel, que no es más que una oficinita con dos o tres computadoras y una máquina de café, donde salió a recibirnos Sulomo en persona y nos hizo pasar. Adentro había otro tipo parecido al Gran Wyoming con quien entre los dos estaban tratando de hacer andar la red de PCs que tienen ahí y me tiraron onda a ver si la las arreglaba yo. Por suerte no tuvieron éxito, pero igual hubo que esperar un rato hasta que arreglaran el tema del hotel, ya que recién estaba la reserva para el lunes. En eso apareció otro tipo, parecido a Omar Sharif, que en cierto momento me dio 20 dinares (después entendí que era para devolverme lo que yo le había pagado al taxista árabe, ya que con ese gasto corrían ellos). Al rato, lo de mi hospedaje ya estuvo arreglado y entre Omar Sharif y el Gran Wyoming me llevaron al hotel, que para mi sorpresa, está bastante bien. Tiene una sala con mesa, sillones y tele; cocina con hornallas, heladera, vajilla y una pava para hacer mate; una habitación bastante grande y un baño más o menos del mismo tamaño. Como ya era tarde para cenar, pedí un sánguche de queso, que vino en pan árabe, y con eso me fui a dormir, terminando así, mi breve pero intenso primer día en Amman.

Sobre los hechos subsiguientes les contaré luego, cuando consiga engrosar el anecdotario.

Saludos para todos y hasta pronto,

Diego.

lunes, 23 de febrero de 2004

Crónicas parisinas II

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos
para cambiar lo que somos.
Eduardo Galeano

La bohemia es linda;
pero te cagás de hambre.
Virulazo


Hola, qué acelga?

Acá andamos, pasando un frío cada vez más lacerante. El otro día chupé tanto frío que se me enfrió la cara del lado de adentro; esto es, tocándome con la lengua las mucosas internas se sentían frías como si estuvieran del lado de afuera, y no entro en más detalle por si están comiendo, pero le sensación era, al menos, un poco impresionante.

En otro orden de cosas, no es que me esté yendo demasiado mejor. Hasta ahora fui a distintas milongas de martes a sábado y la verdad es que me estoy decepcionando un poco. Pensé que las milongas parisinas iban a ser mucho mejor, pero parece que no es así. (Y no es que me esté equivocando de lugares, porque me informe bastante y todo el mudo dice que esos son los mejores). El nivel de baile también deja bastante que desear. Llevo desde hace varios días dolores crónicos en la espalda, el brazo derecho lo tengo medio acalambrado desde el hombro hasta el codo, acusé resentimiento en las rodillas, y los pies ya los tengo por completo arruinados, porque encima me traje unos zapatos muy duros y bailando todos los días me malogré. Encima, ni siquiera puedo gratificarme mucho llenando el buche, porque ni teniendo más guita que Canaro se puede acá dar uno algún gusto. Para que vean, por ejemplo: Un café con leche, €3,5; una comida más o menos digna, €15; un porrón de Quilmes de 330 ml, €4; un mojito, €8; una empanada y encima de pollo, €4; una porción de queso y dulce, €5; un fernet avec coca cola, €8; un flan, €4; con dulce, €5; un agua mineral €2,5; con gas, €3; fría €5. Y lo peor no son las comidas: un peine, €13,6; un adaptador para enchufe de 220 (pero eso sí, universal), €15; una entrada a la milonga, entre €5 y €6; una entrada al Louvre, €8,5 (conviene la milonga toda la vida); un viaje en taxi, llegué a pagar más de €13.

Pero eso sí, en lo laboral, la cosa está empeorando. La relación con el conde se resintió mucho desde que, viendo en mi PC una foto de Gardel, me preguntó si se trataba de Al Capone. Terminar de decir eso y estar yo despidiéndome hasta el otro día con un sonoro portazo fue uno y el mismo acto. Más tarde, reflexionando, condescendí a volver a trabajar a su lado; aunque el trabajo en equipo se complica mucho al no dirigirnos la palabra.

Por suerte, la semana pasada llegó a este paraje, el apreciable Tucu, que para los que no lo conocen es uno de Alcatel que, como su nombre lo indica, proviene de la tierra de las empanadas y las cacharpayas. Con él nos fuimos el sábado a pasear por Montmartre (abismo del otario, puerto del vivo), donde sucumbieron tantos bohemios en otros tiempos, desoyendo, tal vez, la sabia advertencia de Virulazo. Por suerte pasamos y salimos, aunque no fue tan fácil sortear las insistentes invitaciones (valiéndose a veces hasta de medios físicos) de la gente interesada en que conociéramos su local. Esquivando zarpazos recorrimos todo el Boulevard Clichy, donde la lluvia de otoño mojó los castaños, Place Pigalle, el mítico Moulin Rouge, etc. También fuimos a Sacre Coeur, desde donde pudimos ver una panorámica de todo Paris, aunque medio oculta por una importuna neblina. De ahí nos fuimos caminando con rumbo sur, y pasamos por la Ópera, por un monumento altísimo con una estatua en la punta, al que no dudamos en llamarle obelisco, por los jardines de las Tullerías, y así caminando llegamos hasta Montparnasse, con los pies más arruinados que nunca, donde no hicimos más que parar a tomar un chocolate caliente porque ya estaba anocheciendo y estábamos a medio congelar. Después de eso nos fuimos a nuestros respectivos hoteles, nos cambiamos y fuimos a una milonguita que se hace los sábados, donde nos tomamos las Quilmes más caras del mundo y donde el Tucu se aburrió un rato (aunque lo niegue) antes de hacer su anhelado mutis.

El domingo me levanté temprano y me fui a visitar el Louvre, con más tranquilidad que la última vez, cuando lo recorrí casi en patineta. Ahora me tomé más tiempo y creo que lo visité todo. Este interesante link http://www.louvre.fr/ me exime de cualquier comentario sobre la visita. En saliendo de tan célebre establecimiento, me mandé algo al buche y a la tarde me dirigí con paso firme y seguro a una milonga que me dijeron que era, por lejos, la mejor de Paris, y que se hace una vez al mes. El error fue, sin duda, fiarme en demasía de la información con la que contaba que, visto ahora a la luz de las consecuencias, era bien escasa. Pero tan seguro estaba que desdeñé cualquier información adicional y me dirigí a la estación de metro que me habían dicho, saliendo de la cual, me tendría que haber encontrado con un enorme cartel luminoso con el nombre de la milonga, que por poco tendría que haberme dado en la cara nomás pisar el último peldaño. Salí con cuidado de la estación, pero no sólo nada me dio en la cara, sino que después de buscarlo durante largos y gélidos minutos por todo el barrio, no he podido dar con él ni, por consiguiente, con la milonga; por lo que me tuve que volver con la frente marchita a la soledad del cotorro.

Ayer, ya mejor informado, sí conseguí llegar a otra milonga que se hace los lunes donde todo el mundo no hacía más que comentar lo buena que había estado la milonga de ayer y donde tuve la oportunidad de estudiar nuevas facetas de este lenguaje prebabélico que les comentaba la otra vez, al que ahora además de gestos se le incorporan onomatopeyas, enriqueciendo notablemente las posibilidades del mismo. (Estoy escribiendo un breve estudio sobre este lenguaje, que también he dado en llamar neo-adámico, donde desentraño sus principios básicos con el apoyo de ejemplos y ejercicios prácticos, que espero terminar y enviarles pronto). Alentado por el progreso de mis posibilidades comunicativas, me quedé como hasta las dos de la mañana, hora en que cerraron el boliche y nos invitaron a retirarnos.

Ahora estoy de vuelta en el trabajo, acusando las consecuencias de un sueño corto. Hace frío en la sala de equipos, me duelen los pies. Dejo esta crónica no se para quien, esta crónica que ya no se de qué habla...