lunes, 15 de marzo de 2004

Cónicas parisinas III

Tantas veces,
me ha dolido algún lugar que se parece
y he deseado tantas otras,
muchas veces,
no existiese tal dolor.

Eladia Blázquez

Salute a la barra,

Encaro esta nueva crónica un poco con la mentada angustia lacaniana de la página en blanco, ya que no creo que tenga demasiadas cosas interesantes que contar, al menos comparándolo con las sólo para ustedes divertidas experiencias jordanas. Aún así, haré el intento, tratando de superar, además, la flaqueza de la memoria, ya que he acumulado dos fines de semana sin reportar actividad alguna.

Las últimas horas en Jordania fueron aún escenario de algunos sucesos dignos de mención. Sakala se había pasado toda la semana diciéndome que antes de irme tenía que conocer Dixi, que no me podía perder Dixi, que no se me ocurriera irme sin conocer Dixi (así con esa insistencia). Yo pensé que sería alguna ciudad cercana, pero después de mis errantes periplos por Amman, no tenía ganas de perderme en una ciudad nueva, y no le daba pelota. El último día, viendo que ya me iba sin conocer Dixi, Sasaki se empezó a desesperar, al punto de tomar papel y lápiz y hacerme en el acto uno de sus ya famosos planos. Recién cuando lo vi escrito, entendí que lo que Sumuva había querido decir todo el tiempo era Dead Sea. Ahí me empecé a interesar un poco más, y presté atención. Finalmente, me fui con el plano abajo del brazo dispuesto a conocer Dixi, aprovechando mis últimas horas libres. No sé si habrá sido culpa del plano, de la deficiente señalización vial de Amman, o de mi tozuda ineptitud, pero en un primer intento aparecí en el aeropuerto. Pensé ya en quedarme, por las horas que faltaban…, pero no me había traído el equipaje. Volví entonces a Amman y en un segundo intento, sí encontré el camino correcto. Después de varios kilómetros y unos cuantos controles militares, llegué por fin al Mar Muerto, que estaba envuelto en una espesa neblina, por lo que no se podía admirar mucho el paisaje. En la playa y entre la neblina, me pareció distinguir a varios árabes que tenían en sus manos la base de una lámpara de pie, sin la pantalla, y soplaban por el cable. Me extrañó mucho esta actividad, pero enseguida me di cuenta de que estarían fumando narguile, y ahí los dejé. Vi también pasar algunos camellos, que estarían para sacarse fotos, y varios grupos de personas en distintas actividades recreativas. Después de un rato de contemplar esta bucólica estampa costumbrista, me di vuelta y me fui.

Al llegar a Amman, empaqué mis cosas, devolví el coche y el teléfono, me despedí de Sakoa, espero que para siempre, y me dirigí nuevamente al aeropuerto, pero ahora con la seguridad de ser conducido por un taxista. Así, después de algunas horas cortando el celofán de un cielo tropical, llegué a Paris, donde el clima ya no era muy tropical que digamos, a juzgar por la nieve que caía. Llegué muy temprano por la mañana, así que hice un poco de tiempo por el CDG antes de ir al hotel. Me lo encontré al amigo Baragatta, que se estaba yendo y después de un rato, me tomé el tren para el trocén.

Ese sábado, después de dormir lo necesario, me fui a pasear un poco por el centro. La verdad que ya no recuerdo bien lo que hice. Me parece que de entrada anduve un poco por Saint Germain des-Prés y después me fui caminando hasta el Pompidou, donde admiré la muestra permanente de arte moderno que allí se expone. Tras cartón ya me fui a cambiar porque no podía perder más tiempo antes de ir a la milonguita del sábado, actividad de la que me vi privado durante ocho largos días y que desde entonces vengo desarrollando con grata continuidad, con la sola excepción del último sábado.

El domingo me fui tempranito (esto significa simplemente antes del mediodía) para Montmartre, donde ya había estado pero me había perdido el pintoresco barrio de los artistas, donde todos exponen sus cuadros en una plaza y donde hay también un lindo circuito de bares y restaurantes. Después de dar unas vueltas por ahí me fui a comer al restaurante Le Consulat, donde había un mozo pelado que caminaba todo el tiempo con paso de garza, y luego me fui a ver un museíto de Dalí que hay por ahí cerca. El barrio ese está muy bueno, incluso la parte que no es turística tiene su pinta. Después ya me volví, porque me estaban doliendo los pies de tanto caminar y tenía que reservarme para la noche.

Con esto del dolor de pies tengo un problema, porque aún después de una semana de reposo absoluto en Amman, en cuanto me calcé los zapatos la primer noche, los dolores estaban ahí, como esperando. Ahora lo que estoy haciendo es usar otros zapatos que me traje, que duelen más que los primeros, pero por lo menos son unos dolores distintos, y así, aunque sufro más de los dolores nuevos, descanso de los dolores viejos.

La semana pasada transcurrió sin mayor novedad, entre el trabajo y el dancín. En el trabajo me pusieron a trabajar con un francés que está totalmente loco, que trata de explicarme cosas pero no hay quién lo siga, porque es un muy disperso. Encima, cada tanto aparece otro francés parecido a Pablo Mármol, con el que se ponen a hablar en francés delante de mi, y a veces noto que me nombran, me miran e incluso hasta me señalan, para despejar toda duda de que se están refiriendo a mi. Sólo falta que se caguen de risa. Ahora, esta semana, se agregó también un egipcio, pero que, lamentablemente para la riqueza de estas crónicas, no se parece a nadie.

El último sábado volvió a hacer su incursión en esta ciudad el ya mencionado en estas crónicas Ramón "Venjo-del-Poble" de Paz, quien se vino rodeado de sus familiares y amigos, que así se mueven los pagesos. Con ellos quedamos en encontrarnos en Montmartre, y nos fuimos a andar un poco por sus pintorescas callecitas. Cuando nos cansamos, nos metimos en el bar de Amelie Poulain, para no ser menos que el resto de los turistas. Amelie no estaba, pero igual nos quedamos un rato y hasta no nos resistimos a la tentación de vistar el baño del establecimiento, donde tiene lugar una recordada escena de la película. Después nos fuimos a cenar a un lugar fetén fetén y ya nos volvimos cada uno a su covacha, antes de que el metro de por finalizado su servicio diario y nos deje de araca.

El domingo no tenía un plan concreto, y como dicen que el ocio es el padre de todos los vicios, aunque no quería, me sentí arrastrado por una fuerza interna e incontrolable hasta que me vi, por segunda vez en mi vida, en el claustro del Conservatoire de Arts et Mètiers, donde volví a sentir en plenitud el éxtasis místico de contemplar el grave oscilar del Péndulo bajo la cúpula de la Chapelle. El resto del día, sobre todo comparado con lo anterior, no fue muy emocionante que digamos. Estuve yirando erráticamente por distintos barrios de Paris, hasta que finalmente me perdí (pero ahora a pie). Por suerte volví a encontrar el rumbo y logré llegar al hotel, aunque un poco maltrecho de tanta caminata, al punto de que esa noche me la vi fulera en la milonga, pero bueno, en mejores condiciones me vieron los salones.

En fin, estos fueron los sucesos de los últimos días, carentes tal vez de algún que otro detalle que no ha sabido retener mi flaca memoria. Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, la formación de Racing del año '87.

Saludos a todos y hasta pronto,

Diego.

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