lunes, 1 de marzo de 2004

Crónicas jordanas I

Hemos de tratar de ser felices,
aunque sólo sea por poner el ejemplo.
Jacques Prévert

La nostalgia ya no es lo que era.
Peter de Vries.


Buenas y Santas,
(saludo subversivo en tierra de infieles)

Acá estoy, ya instalado en Amman, Jordania, antigua capital del imperio de Rabbat Ammon, hacia el 1200 A.C. O eso al menos fue lo que entendí de un folleto que está en francés.

Mis últimos días à Paris transcurrieron más o menos como siempre. El martes por la noche me encontré con el célebre Ramón de Paz, al que muchos de ustedes no conocerán (y lo bien que hacen) pero otros no tendrán más remedio que reconocer que sí. Es un catalán que hace años se viene dando corte con que vive en París, para venir a enterarme yo ahora de que vive a tomar por culo de París, pasando el quinto pino al fondo, por el camino de tierra. Con él nos fuimos a comer unos lomitos con unas Quilmes por el boulevard Saint Germain y después a tomar unas sidras a un bar que conocía él. La pasamos muy bien, aunque no sé si habrá sido por el lomito, por la sidra o por la presencia de Ramón, pero algo me cayó mal y me desperté en la mitad de la noche medio descompuesto, con náuseas y otras incontinencias, que me tuvieron a mal traer durante todo el día. Tanto que el miércoles en el trabajo mi actividad diaria no fue mucho más allá de aportar mi modesta contribución para engrosar el caudal de la red cloacal de Velizy. Por suerte, gracias a Dios y a San Branca, a la vuelta del trabajo encontré un bar en el que tenían fernet, y me tomé la dosis medicinal de fernet puro que recomienda la OMS para estos casos, y santo remedio. Me sentí tan bien tan de inmediato, que no dudé en pedir ahí mismo un chocolate con churros rellenos y bañados, y me fui a dormir. A los 20 minutos volví al bar a tomarme otro fernet y, ahora sí, dormí toda la noche como un angelito.

Jueves y viernes discurrieron sin mayor novedad, entre el trabajo y las milongas. No se si será que me estoy entendiendo mejor, o que me estoy rodeando más de hispanoparlantes, pero ya no me siento tan incomunicado como al principio; además, desde que aprendí a decir ça va, lo digo todo el tiempo a todo el mundo y siempre queda bien. Se quedan contentos. El único problema es que ahora que me estaba empezando a acostumbrar el frío glacial, tras cartón, se le dio por empezar a nevar. No mucho, en realidad, tampoco da como para ir al trabajo en trineo, pero se ve todo el pasto blanco y, sobre todo, contribuye psicológicamente a sentir más frío. Ahora entiendo por qué terminaron como terminaron la Gauthier, la Pinsón y todas sus émulas, consumidas por la tuberculosis. En lugar de irse a Alta Gracia, con lo lindo que se pone.

Yo, por suerte, con la BCG estoy cubierto. Y es que para ir a Gabón me había dado tantas vacunas que quedan pocas enfermedades sobre la Tierra capaces de afectarme. Y cuando ya estaba convencido de ir a Gabón, a buscar, tal vez, los gérmenes del tango en las músicas tribales de la costa atlántica africana, me lo cambian por Jordania, donde por más que me rompa la cabeza no encuentro ninguna relación con el tango, como no sea la interpretación de Valentino de Laurence de Arabia. Entonces, ya que está, estoy pensando en buscar huellas de los templarios, que fueron fuertes por esta zona hace tiempo; o bien, dar con las tierras del mítico preste Juan, quien sabido es que gobierna un reino cristiano en algún lugar del oriente.

Por lo pronto, y para centrarnos en un plano algo más realista, llegué a Amman el sábado por la noche en un estado de tensa expectativa por lo que encontraría. Yo ya había hablado telefónicamente con un contacto de Alcatel acá, un tal Selami o Salami o Selame o algo así, quien me juró por la Virgen (tarde entendí su mordaz ironía) que me estaría esperando en el aeropuerto para conducirme sano y salvo al hotel que él mismo, tan diligentemente, me habría reservado. Ni bien bajar del avión, tuve que vérmelas con un maletero árabe, que fue tan solícito como insoportable, pero que resultó de gran utilidad para ayudarme con mi equipaje y otros menesteres, sin esperar ninguna retribución de mi parte más que una cuantiosa suma de dinero (según determiné más tarde a la luz de los cálculos efectuados). Al salir al hall del aeropuerto, tratando de sacudirme del maletero y de otros más que se iban apencando, no tardé demasiado en notar que no había ni rastros de Salame en varios kilómetros a la redonda. Por suerte tenía su teléfono y conseguí hablar con él (todo esto también con la inestimable ayuda del maletero a quien se lo notaba cada vez más contento y solícito). Salomé me dijo que lamentablemente había habido un malentendido y que él pensaba que llegaría el lunes, pero que no me preocupara y que me tomara un taxi a la sede de Alcatel a la dirección que él me iba a decir, y ahí nomás soltó una perorata que, para que se den una idea, me recordó al estribillo de aserejé. Sabiéndome incapaz de retener esa información y mucho menos de anotarla, no tuve más remedio que recurrir nuevamente al maletero, que casualmente estaba a mi lado discutiendo en árabe con otro maletero árabe, y quien, atento como siempre, dibujó en un papel una especie de guarda decorativa que sería mi único medio hacia un destino seguro. Muñido de esta documentación, me subí a un taxi, donde me recibió un taxista árabe, un viejito que seguramente habrá conocido los tiempos del profeta, a quien no hice más que mostrarle el papel, y salimos. Durante al camino hacia la ciudad fue todo bien, pero al llegar a Amman el hombre comenzó a mostrarse un poco desorientado, y lo confirmó cuando llegó a bajarse del coche (sin ánimo de exagerar) unas seis o siete veces para preguntar por la dirección a distintas personas a las que les mostraba mi papel (sin contar las veces que preguntó sin bajarse). Lo último fue entrar todos a una farmacia desde donde intentamos llamar a Solome, pero sin éxito. Por suerte ya estaríamos cerca, porque el farmacéutico árabe que atendía conocía Alcatel y diciendo algo como "majabi an de bugui an de buididipí", entendimos, más bien por los gestos, que era a la vuelta. Finalmente, dimos con la sede de Alcatel, que no es más que una oficinita con dos o tres computadoras y una máquina de café, donde salió a recibirnos Sulomo en persona y nos hizo pasar. Adentro había otro tipo parecido al Gran Wyoming con quien entre los dos estaban tratando de hacer andar la red de PCs que tienen ahí y me tiraron onda a ver si la las arreglaba yo. Por suerte no tuvieron éxito, pero igual hubo que esperar un rato hasta que arreglaran el tema del hotel, ya que recién estaba la reserva para el lunes. En eso apareció otro tipo, parecido a Omar Sharif, que en cierto momento me dio 20 dinares (después entendí que era para devolverme lo que yo le había pagado al taxista árabe, ya que con ese gasto corrían ellos). Al rato, lo de mi hospedaje ya estuvo arreglado y entre Omar Sharif y el Gran Wyoming me llevaron al hotel, que para mi sorpresa, está bastante bien. Tiene una sala con mesa, sillones y tele; cocina con hornallas, heladera, vajilla y una pava para hacer mate; una habitación bastante grande y un baño más o menos del mismo tamaño. Como ya era tarde para cenar, pedí un sánguche de queso, que vino en pan árabe, y con eso me fui a dormir, terminando así, mi breve pero intenso primer día en Amman.

Sobre los hechos subsiguientes les contaré luego, cuando consiga engrosar el anecdotario.

Saludos para todos y hasta pronto,

Diego.

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